El disputado voto del cinturón

ENRIC HERNÀNDEZ

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En esta peculiar campaña del 27-S 27-S, todos los partidos parecen haberse caído del caballo al descubrir que en el recuento, tanto en votos como en escaños, será determinante la participación electoral. Lo reconoce Junts pel Sí, interesada en bajar el diapasón de su apuesta independentistaindependentista para no activar al electorado refractario a cualquier ruptura unilateral. Y lo asumen sin empacho las fuerzas contrarias a la secesión, que se están volcando en el área metropolitana de Barcelona área metropolitana de Barcelona, tradicionalmente más abstencionista en las autonómicas que el resto de Catalunya.

Echando la vista atrás, duele comprobar que la baja afluencia de los catalanes a las urnas cuando son llamados a renovar el Parlament no haya sido hasta ahora objeto de preocupación por parte de nuestros líderes políticos. Hasta los comicios catalanes del 2012, cita inaugural del actual proceso soberanista, la abstención osciló entre el 35% y el 45%, guarismos muy superiores a los registrados en las elecciones generales. Este fenómeno ha sido aún más intenso en el populoso cinturón metropolitano de Barcelona, heredero de la inmigración española del siglo pasado, pero también refugio de la extranjera de los últimos años.

Todo ello explica que, salvo en 1980, el nacionalismo siempre haya gozado de mayoría absoluta en el Parlament pero jamás haya ganado unas elecciones generales en Catalunya. Ese equilibrio a ambas partes convenía: CiU ha sumado 28 años en el Govern y sus votos han sido muy útiles en las Cortes para apuntalar, sucesivamente, las exiguas mayorías del PSOE y el PP. Tripartitos aparte, al aparato del PSC le bastaba con controlar el poder municipal barcelónés e influir en la Moncloa cuando gobernaba el PSOE.

Tarde y mal

El problema de muchos partidos es que, de tanto ignorarlo, ya no saben cómo conectar con el electorado del 'cinturón rojo'. Al independentismo no le alcanza con reclutar castellanohablantes o rostros de la televisión rosa. A la derecha le falta credibilidad para seducir a las víctimas de sus recortes. Y la nueva izquierda apela a las raíces y al sentimiento de clase, ambos trasnochados. Todos llegan tarde y mal.