EL RADAR

El disputado espacio público

Quejarse hoy de los cortes de calle por la maratón es una guerra tan perdida como enemistarse con los abuelos del barrio

JOAN CAÑETE BAYLE

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Esta semana Pilar Navarro y Pilar Saló, vecinas ambas de Barcelona, se han manifestado "hartas de las carreras populares en Barcelona" a cuenta del maratón que se corre hoy en la ciudad. "El domingo no podré coger un autobús ni el coche ni una simple bicicleta (...): vuelve el maratón. Hace exactamente un mes, el 15 de febrero, tuvimos el medio maratón. Aún quedan unas 20 carreras más (la Cursa de El Corte Inglés, la Jean Bouin, la Cursa dels Bombers...). No entiendo por qué estas carreras no se hacen en Collserola o Montjuïc. El entorno para los corredores es más sano y no dejarían la ciudad patas arriba e incomunicada para una gran parte de sus sufridos ciudadanos", argumenta. La queja nos recordó la carta de Jorge Gabin que publicamos hace un mes: "El otro día hubo una carrera popular en Rubí. (...) El mismo día de la carrera mi abuela de 100 años vino a visitarme, y yo tenía que ir a recogerla a la estación de los Ferrocarrils de la Generalitat, ya que no puede caminar. Fue toda una odisea: todo el pueblo cortado, no dejaron ni un solo acceso a la estación. (...) Mi abuela se fue de regreso a Barcelona, tal como llegó. Para volver a mi casa, la solución que me dieron fue un rodeo de 45 kilómetros para un recorrido de un kilómetro y 200 metros".

La gestión del espacio público, cómo compartirlo entre los diferentes intereses -a menudo contrapuestos- de los ciudadanos, es uno de los pilares de la conversación pública, lo cual no es más que un reflejo de una de las peculiaridades de nuestras ciudades y pueblos: el papel básico que le damos a pasar parte del tiempo de ocio en la calle, un fenómeno que tiene raíces geográficas pero también culturales.

Esta semana la discusión ha sido a cuenta del maratón, pero el debate en torno a la convivencia en el disputado y preciado espacio público adopta otras formas: el tamaño de las aceras y el modo de compartirlas, por ejemplo, con terrazas, bicicletas y motos; los horarios de fiestas populares y otros festejos; los ruidos; los usos de los parques; las mascotas; la limpieza; el mantenimiento de baldosas, bancos, árboles y plantas...

La calle es de todos, pero a juzgar por la cantidad y la calidad de las aportaciones, son las personas mayores, los jubilados, los más activos a la hora de exigir que se satisfagan sus necesidades, tal vez por aquello del tiempo libre. En septiembre del 2013, por poner un ejemplo significativo, vivimos en 'Entre Todos' la batalla por la plaza de Ferran Reyes: las personas mayores del barrio se movilizaron para exigir que se prohibiera practicar fútbol -y otros deportes- en la plaza, el distrito de Sant Andreu escribió una carta prometiendo que se aplicaría dicha prohibición y varios vecinos jóvenes se quejaron de que en el barrio no había otro lugar donde practicar deporte: "Pedimos que habiliten la plaza para poder practicar este deporte y que instalen unas porterías, ya que zonas de ocio para gente mayor hay muchas en toda la ciudad", escribió Javi Moreno. Es cierto que los ayuntamientos, tal vez por aquello del qué dirán electoral, suelen escuchar más a las personas mayores que a los jóvenes cuando se trata de compartir el espacio público.

En este sentido, las dos Pilares que se mostraban indignadas esta semana por la proliferación de maratones y carreras populares lo tienen mal:  es verdad que hay muchas carreras de todo pelaje en Barcelona, que la mañana en que se celebran el tráfico rodado es una tortura y que las mismas zonas de la ciudad suelen acoger la mayoría de las 'curses'. Pero el uso del espacio público también va por modas y rachas, y oponerse hoy al 'running' es una guerra tan perdida como enemistarse con los abuelos del barrio.