Al contrataque

El dios de la seguridad

¿Estado de excepción o muerte? Así parece ser la perversa elección binaria que se nos plantea, como si no hubiera camino intermedio

Agentes de policía belgas patrullan las calles de Bruselas, en nivel máximo de alerta.

Agentes de policía belgas patrullan las calles de Bruselas, en nivel máximo de alerta. / apc

ERNEST FOLCH

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Calles desiertas, escuelas cerradas, la liga de fútbol suspendida y el metro desierto. Un siniestro aviso advirtiendo que la gente no se asome a las ventanas. Y el Ejército patrullando en pleno centro de la capital de Europa. Esta pesadilla posmoderna no es el fruto de la imaginación de ningún escritor sino la foto exacta de Bruselas estos últimos tres días. En la supuesta capital de la libertad se ha decretado un toque de queda sostenido como si fuera la segunda guerra mundial quizá porque hay quien ya ha asumido que estamos en la tercera. Los pasos de las botas del Ejército retronando por la Grande Place desierta son el mayor trofeo que se lleva el Estado Islámico, mucho más incluso que la de sus cobardes asesinatos, puesto que logra un estatus impensable hasta hace poco: trato de igual a igual, alteración excepcional de la vida cotidiana y escenificación del terrorismo como prioridad única de todos los gobiernos europeos.

Parece casi un sarcasmo que las medidas que hubieran sido efectivas antes del ataque se tomen justamente después, cuando ya es tarde y altamente improbable que hayan servido para algo más que para justificar el poder que las ordena. La hiperteatralidad militar tiene la justificación perfecta, puesto que es indemostrable, es decir, que ha evitado un atentado, y así no se discute si es o no es procedente. Cierto, nadie duda que la policía debe cazar a los asesinos, y si puede ser evitar que crucen los controles ante sus narices, pero este estado de excepción que se levantó, por cierto sin resultado concreto, es una deriva escabrosa que no sabemos adónde nos lleva.

EL ALTAR DEL SACRIFICIO

Todo esto siguiendo la siniestra estela del 11-S, se hace en nombre del nuevo dios, el de la seguridad, al que ofrecemos en el altar del sacrificio todas nuestras libertades. Es curioso que esta pesadilla orwelliana que pronto se franquiciará en otros países se ensaye en Bélgica, un Estado semifallido institucionalmente que a penas logra gobernarse a sí mismo en su inestabilidad habitual entre los partidos valones y flamencos. En la Europa de las libertades en la que ya nadie nos pregunta si queremos ir a la guerra no parece probable que nadie nos vaya a preguntar si queremos el estado de sitio. Pero lo más inquietante no son las medidas impuestas en nombre de la seguridad sino la resignación con la que unos millones de europeos parecen aceptar esa súbita parálisis de sus vidas.

¿Estado de excepción o muerte? Así parece ser la perversa elección binaria que se nos plantea, como si no hubiera camino intermedio. Quizá seamos ya minoría, pero muchos ciudadanos preferiríamos algo más de riesgo a cambio de mucha más libertad. Más que nada porque los que dicen defender nuestra seguridad aquí son los que han generado el caos allá. Sí, el remedio es a veces peor que la enfermedad.