Ante las elecciones del 24-M

El dilema valenciano

La diversidad del voto progresista, con opciones de ganar, puede beneficiar al PP en el reparto de escaños

TONI MOLLÀ

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Detesto el mundo del blanco y negro, de los antagonismos radicales e inapelables. Por lo general, prefiero los matices de la complejidad y también la complejidad de los matices. El blanco y negro suele ensombrecer dilemas equívocos y engañosos. La pluralidad, por definición, es calidoscópica, abierta a la creatividad. En el discurso político, el reduccionismo binario responde a entornos sociales premodernos, a menudo preñados de promiscuidades inconfesables.

El bipartidismo, por ejemplo, suele reforzar este mundo de complicidades más o menos discretas aunque comparezca en sociedad bajo las categorías supuestamente antagónicas del bien y del mal. Yo mismo escribí en estas páginas ('Elogio de la complejidad política', 15/01/2015) que "el reduccionismo de la realidad política en clave dual, en mi opinión, secuestra el debate sobre la sociedad realmente existente e intenta exorcizar las formas de intervención política que cuestionan el viejo ecosistema de poderes compartidos, tanto en público como en la intimidad. "Por ello", concluía yo mismo, "aplaudo la desinfectante pluralidad de voces y de actores que anuncian las futuras convocatorias electorales".

A pesar de todo ello -a pesar de mí mismo, en realidad-, a pocos días de las elecciones autonómicas valencianas del 24 de mayo, me descubro contrariado como nunca ante una auténtica disyuntiva intelectual, pero también moral, que carcome mi propia constelación de actitudes y valores. La reivindicación de la diversidad que tanto he recitado como mantra los últimos años se me presenta hoy como una condición que -¡el dios de los agnósticos lo impida!- puede mantener al PP en el gobierno valenciano. La fragmentación de la izquierda valenciana -PSPV-PSOE, Esquerra Unida, Compromís y Podem- tiene ante sí, por primera vez en lustros, la posibilidad cierta y probable de ganar en votos al partido de la derecha, PP, y a su eventual muleta: Ciudadanos. Pero los estudios demoscópicos y la experiencia demuestran que la dispersión del voto progresista -¡el exceso de su biodiversidad!- puede beneficiar al bloque conservador en el reparto de escaños. El estupendismo de una progresía adicta al freudiano narcisismo de la pequeña diferencia me sitúa ante el espejo de mis propias contradicciones intelectuales y querencias electorales.

Pluralidad, frivolidad

Bien es verdad que el razonamiento y la reivindicación de la contradicción tampoco es ninguna novedad. Michel de Montaigne y Charles Baudelaire fueron quizá los primeros santos de una pedagógica procesión de escépticos que insistieron en la necesidad de la contradicción como forma de vida y de pensamiento. La pluralidad política que yo mismo reclamaba en estas páginas, me parece hoy una frivolidad metódica, con perdón, cuando no un simple error aritmético. Por una razón: ¡porque estamos ante una emergencia democrática! Los valencianos necesitamos -¡es una necesidad terapéutica!- que el PP sea desalojado de las instituciones el 24 de mayo. Es una cuestión de higiene y de moralidad pública. Y aquí radica, ya lo sé, otra de mis contradicciones flagrantes. La política, he dicho y escrito en varias ocasiones, debería estar alejada de las decisiones morales y limitarse a la gestión racional de la vida pública. Pero, quiero insistir rotundamente, hoy, en el País Valenciano, es esto lo que hay en juego: un dilema ético, un dictamen rotundo y sin enmienda: ¡que se vayan!

Más fusteriano que nunca -"Reivindicad el derecho a cambiar de opinión: es lo primero que os negarán vuestros enemigos", escribió Joan Fuster- me aterra la mínima probabilidad de que el partido de Eduardo Zaplana, de Francisco Camps, de Juan Cotino, de Rita Barberá y de Alfonso Rus y todos sus cómplices y palmeros pueda continuar gobernando mi tierra después de haberla saqueado a conciencia y de haber envenenado la convivencia civil hasta límites insoportables. "Escribir" -decía el mismo Fuster- "siempre se escribe contra alguien". Los que vemos la vida en forma de artículo -Josep Pla dixit- lo sabemos perfectamente. ¿Votamos también contra alguien? Votar, evidentemente, se vota por mil razones que, a veces, el corazón no entiende. Todas ellas certeras y hasta cierto punto comprensibles. Descartes hablaba también de la duda sistemática. La mía es hoy radical, contundente y fanática. No estoy seguro de qué forma y manera puedo votar directamente contra el PP, una organización que, además de convertir la corrupción en una forma de vida, ha aplicado con maestría los once principios de la propaganda de Paul Joseph Goebbels hasta conseguir que una gran proporción de valencianos voten contra sus propios intereses. Ni sé si mi pobre voto servirá de algo entre tanta algarabía, digo, complejidad de matices.

Periodista