El segundo sexo

El día siguiente

Tal vez el único modo de garantizar la especie es con un punto de frivolidad y otro de enajenación

LLUCIA RAMIS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Dice que lo ha hecho. Se acostó sin protección con un joven desconocido cargado de bellos genes, le mintió, y ahora espera que la Naturaleza siga su curso, si no es demasiado tarde. Junto a las jarras de cerveza está la pastilla del día siguiente que no se ha tomado. La compró porque, al confesárselo a un amigo, él la llamó maligna egoísta, desconsiderada inconsciente, y en ese momento le pareció que tenía razón. Pero luego lo pensó mejor. El mundo está lleno de padres que no saben que lo son.

Una de nosotras comenta que, si la Naturaleza es sabia, no hace falta que se tome la pastilla porque no está embarazada. «¿Lo dices por mi vejez, el alcohol y las malas costumbres?», responde mientras se enciende un cigarrillo. Otra de nosotras quiere saber por qué ahora. «Porque tarde o temprano querré un bebé, y ahora es un buen momento».

¿Un buen momento? No, claro. Nunca lo es, y todas lo sabemos. Nuestras vidas hacen equilibrios sobre una inestabilidad permanente de sueldos fluctuantes, horarios raros y relaciones inseguras. Y nos excusamos con que, por lo menos, somos cabales y no vamos a hacerlo más difícil todavía mientras redoblan los tambores.

Ese exceso de conciencia se convierte en miedo, en mi caso, aunque lo disfrace de prudencia o sensatez. No tomé drogas, no practiqué sado, no he participado en intercambios de parejas, y ahora ni se me pasa por la cabeza tener hijos. España es el segundo país de la Unión Europea con más pobreza infantil después de Rumanía, y cerca de 50.000 niños sufren malnutrición en Catalunya. Puedo pasarme una semana comiendo arroz o incluso olvidarme de que tengo que comer, pero no soportaría esa responsabilidad sobre otra persona. Y además, según tengo entendido, me angustiaría siempre por esa otra persona. Temería que le ocurrieran todas las desgracias que pueden ocurrirle, como por ejemplo, educarse con la LOMCE. También temería por mí misma.

Recuerdo un título de Enrique Vila-MatasHijos sin hijos. Pienso que en cada uno de nosotros hay un niño. Pienso que, mientras tus padres siguen vivos y tú no tienes descendencia, ese niño manda. Llora cuando algo no le gusta, patalea, se ríe con las cosquillas, se esconde bajo la cama; sus demonios son infantiles. Es un déspota de tus emociones y a menudo también de tus decisiones. Pienso que ese niño muere cuando lo hacen tus padres, y se transforma en tu hijo cuando lo tienes. Qué cursi soy. En el libro, Vila-Matas cuenta una historia «en la que este país aparece más bien como tierra baldía y desheredada, sin demasiado futuro, casi yerma». Lo escribió en 1992. Pienso en la esterilización de esta tierra.

Ella está diciendo: «Lo peor de tener hijos no es tenerlos en sí, sino el calvario de tomar la decisión de tenerlos. Es una decisión demasiado loca y trascendental para que una persona del siglo XXI con los pies en el suelo pueda tomarla, así que los bebés se tienen por accidente o no se tienen».

Tal vez este sea el único modo de garantizar la especie: mediante un punto de frivolidad y otro de enajenación, quizá provocado por ese mito al que llaman reloj biológico. Tal vez la razón sea un regulador para controlar la superpoblación, y la locura forme parte del instinto de supervivencia. Racionalmente sabemos que la vida no tiene sentido. La conclusión racional a eso sería: entonces, ¿para qué vivir?

Hay que inventar un argumento: el amor, la felicidad, Dios o la propia obra no están mal, son tramas interesantes que exigen un planteamiento, un nudo y un desenlace. Pero ninguno de esos argumentos es tan eficaz como la procreación. Nadie se siente tan realizado como cuando tiene hijos, porque inicia un ciclo parecido al suyo y al de toda la Humanidad. Entonces, por fin, cree entender el sentido de la vida.

O lo cree durante un rato. Luego pasa como en Boyhood, que cuando el hijo va a la universidad, la madre se pregunta si la vida solo era esto.

La vida solo es esto. Y es la hostia. «No nos hemos perdido ninguna de las cosas que molan de esta vida», dice nuestra amiga mientras pedimos una segunda ronda, «¿vamos a perdernos la maternidad, cuando todo el mundo coincide en que es la mejor de todas?».

Mi teoría es que ser padre o madre no es tan bonito como lo pintan. Lo que pasa es que los padres y madres te envidian porque tú sigues siendo libre, puedes ir al cine cuando te da la gana, leer hasta tarde, pensar solo en ti. Y por eso te juran que es maravilloso, para que caigas en la trampa e hipoteques tu libertad. «Además, Rajoy va a repartir cheques a las familias monoparentales, ¿no?». Creo que solo a las que tengan dos hijos. «Entonces espero que sean gemelos», concluye.

Brindamos por que siempre podamos tomarnos las cosas con esta ligereza. Al fin y al cabo, la vida solo depende de que la convenzamos o no para que se tome la pastilla del día siguiente.