IDEAS

El derecho a la risa

RAMÓN DE ESPAÑA

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C omo todas las dictaduras, la norcoreana tiene un componente ridículo nada desdeñable. Un país en el que solo están permitidos cinco cortes de pelo, en el que las locutoras del telediario hablan a gritos y en el que la muerte del tiranuelo de turno obliga a llorar en público a los ciudadanos si no quieren pasar unos días a la sombra, es un país que -a falta de reacciones más contundentes, como soltarle la bomba atómica- mueve a la chufla y el pitorreo. Chaplin lo tuvo muy claro con El gran dictador, y esa parece ser la intención de The interview, que se estrenará en Estados Unidos el día de Navidad si nada lo impide. De momento, los ataques cibernéticos contra la productora ya han conseguido que la première sea casi de tapadillo, sin entrevistas a los protagonistas, Seth Rogen y James Franco, y con la mayor discreción posible.

Mal andamos en Occidente si las exigencias de un caudillo rollizo y gotoso nos obligan a cambiar la agenda prevista. Convendría, pues, no arrugarse y estrenar The interview a bombo y platillo. E incluso dar ejemplo desde España a los norteamericanos con una sátira aún más despiadada de Kim Jong Un y su camarilla. ¿Cómo? Pues situando en Corea del Norte la acción de Torrente 6, para la que el desastrado polizonte podría contar con un ayudante sensacional en la figura del delirante aristócrata catalán Alejandro Cao de Benós, propagandista a sueldo del régimen -mantener el castillo de la familia no debe salirle barato-, a cuyo lado Paquirrín, Jesulín de Ubrique Gabino Diego palidecerían. Tampoco estaría mal sumar al reparto al Pequeño Nicolás buscándose la vida entre las clases privilegiadas de Pyongyang (luego se lo podríamos regalar a Kim Jong Un para que hiciera lo que quisiese con él, previo soborno en mano entregado por García Legaz).

En cualquier caso, creo que la escasa autoestima que nos queda a los occidentales no puede permitirse disminuir aún más, y eso es lo que sucedería si cediéramos ante las amenazas de un tirano ridículo como Kim Jong Un. Reírse de tipos como él es, prácticamente, una obligación moral: una cosa es tener que aguantarlo; y otra, mostrarle un respeto que no merece.