El chiste del central

ERNEST FOLCH

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Tres años, tres. Parece una broma pero es estrictamente cierto: por tercer curso consecutivo el Barça empieza la pretemporada sin haber fichado ni un solo central cuando todo el mundo tiene muy claro que es lo que más necesita. El asunto empezó siendo un problema sencillamente deportivo, con la demora exagerada se convirtió en un problema institucional que ponía de relieve la parálisis endémica de la secretaría técnica y a día de hoy podría ser ya una sección fija del Crackovia, un chiste sobre el cual la calle se distrae en estas largas y calurosas tardes de verano. «¿Ya ha llegado el central?»: así se saludan los culés, conscientes de que es una pregunta retórica, un mero divertimento para reír y no llorar.

Este es ahora el misterio insondable del barcelonismo: nadie sabe muy bien cómo algo ordinario -la adquisión de un jugador que ocupe de manera fiable esta posición- se ha convertido en una quimera inalcanzable. Como era de esperar la situación se ha ido degradando y a día de hoy el Barça lucha desesperadamente por hacerse con los servicios de Matthieu, un jugador que no es ni tan siquiera central como ya ocurrió con Song, que tiene una edad (30 años) que lo inhabilita como opción de futuro y que encima cuesta una cantidad inasumible en relación a sus limitadas prestaciones.

A punto de embarrancar otra vez la enésima gestión, las miradas se vuelven ahora hacia Daley Blind, revalorizado después de su buen Mundial y convertido en la última víctima del desvarío técnico azulgana. Así es la ley del central: el Barça llega siempre tarde, mal y descolocado. En medio de la desesperación, el secretario técnico ha dado mil excusas, como esta surrealista según la cual no hay centrales en el mercado. Mientras tanto, el club ha fichado delanteros, medios y porteros, incluso algunos que no necesitaba, pero sigue sin cubrir la única posición indiscutible. Podría incluso haber decidido que apostaba por alguien del filial, una opción que por cierto cada vez se contempla menos, pero ni tan siquiera eso. Y es que el asunto cómico del central no es ningún traspié circunstancial sino más bien la ejemplificación del colapso estructural de la secretaría técnica, que desde hace demasiado tiempo anda a ciegas y superada por las circunstancias.

Todo empezó a torcerse definitivamente el día en que el expresidente Sandro Rosell tuvo la ocurrencia de fichar a Tata Martino y de confesar en público que lo había hecho él personalmente, dejando sin autoridad a un ya débil Andoni Zubizarreta: en aquel momento podría haber optado por la opción digna de la dimisión pero prefirió agarrarse a su puesto y pagar el precio de quedarse sin ningún tipo de autoridad.

El embrollo inexplicable e inquietante del central deriva del momento en el que el expresidente se puso a jugar a secretario técnico, y es un lío más en un club que, por mucho que nos diga la propaganda, está cada vez más debilitado por sus propias negligencias.