Pequeño observatorio

El camino del hombre libre

JOSEP MARIA ESPINÀS

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El último viaje que hice a pie que se publicó fue por tierras de Murcia. El penúltimo por el Alt Camp, en la región de Tarragona. Notable contraste. De eso hará unos ocho años. Un poco de cordura me llevó a decir basta. Y ahora me doy cuenta de que la cordura, una armonía entre decisión y prudencia, no ha logrado todavía derrotar a la añoranza.

Y la añoranza me ha llevado últimamente a releer algunos de estos volúmenes, a revivir situaciones y a reencontrar lo que más me interesaba: los personajes anónimos que el azar había puesto delante de mí en algunos momentos del camino. Una inmersión modesta y fugaz, pero apasionante y aleccionadora.

Decía que he releído las narraciones de aquellas experiencias, que vuelven a sorprenderme. Ahora me permito reproducir el texto que escribí horas antes de empezar a caminar por el Alt Camp. No lo recordaba, pero veo que lo justifica, quizá con un punto discreto de humor, el hecho de que antes de llegar en coche a Alcover, que sería el punto de partida de la caminata, me parasen dos mossos y me pidieran el permiso de conducir.

Escribí esto. «Pienso que a un caminante no se le pide el permiso para ir a pie, ni debe pasar controles de alcoholemia, ni tener un seguro a terceros, ni llevar un triángulo fosforescente porque se ha detenido a apretar los cordones de una zapato. Y si quiere tomar el camino de la derecha no tiene que poner ningún intermitente, ni puede ser multado por exceso de velocidad y por no llevar, si las usa, gafas de repuesto, ni bombillas de repuesto, ni rueda de repuesto».

Y seguía: «Un caminante puede utilizar el móvil mientras viaja, fumar cigarrillos, o puros o pipa, puede ignorar los peajes, aparcar donde le dé la gana, el único cinturón que conviene que lleve es el de los pantalones (pero no es obligatorio). No debe llevar matrícula, no será fotografiado por ningún radar de la policía...». Estaba a punto, pues, de ser un hombre libre.