Un debate sin sentido

El Born, un híbrido de dos cabezas

El espacio es uno de los más singulares de Europa, y lo sería aun sin significado en la historia de Catalunya

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XAVIER BRU DE SALA

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¿Qué es el Born? Si conseguimos responder esta pregunta tan sencilla, y nos ponemos de acuerdo sobre la respuesta, ya no habrá que formularse la pregunta que suscita el debate actual: ¿qué debe ser el Born? Una vez respondida la primera pregunta y definida la naturaleza del Born, no hay que preguntar qué debe ser, porque solo puede ser lo que es. Así que quedarán en ridículo quienes han puesto en marcha el debate bajo el lema Qué quiero que sea el Born. También los que se han dejado arrastrar movidos por las pasiones. Si todo el mundo quiere exponer su idea, el cómo quiero que sea, caeremos en un debate emocional tenso, doloroso y estéril que no beneficiará a nadie, y menos a los que consigan imponer su criterio (nunca convencer) desde el poder político. Aún menos beneficiará al Born.

JUZGAR LA HISTORIA 

¿Qué es el Born? El Born es un magnífico animal de dos cabezas. Un híbrido con dos componentes. Componente 1: los restos de la ciudad demolida después de la derrota de 1714. Componente 2: un espacio arquitectónico de primer orden, reconvertido en centro cultural. Es un animal bicéfalo. Un híbrido insólito, extraño, rutilante, deslumbrante. La más majestuosa arquitectura civil del siglo XIX sobre ruinas del siglo XVII, bajo una óptica del siglo XXI. El azar, y solo el azar, movido, eso sí, por el empuje incuestionable de Barcelona, situó lo que iba a ser un panteón de hierro y vidrio encima de unas ruinas desconocidas en el siglo XIX. Unas ruinas que, mira por dónde, contienen la mayor carga simbólica de la historia de Catalunya.

En este primer sentido, si alguien pretendiera desligar el Born del Onze de Setembre, o minimizar el vínculo, señal de que está en contra de la Barcelona resistente y a favor de las tropas que la tomaron por asalto. Que está a favor de quienes obligaron a los ciudadanos a demoler sus casas para levantar una ciudadela desde donde bombardear la ciudad rebelde con más comodidad y de cerca. A favor de ellos y en contra de los humillados después de ser derrotados. Con estos no hay que discutir sobre el Born. Como no tienen nada que hacer, ya se apañarán. Podemos juzgar la historia, extraer lecciones, debatir, reconocer errores. Ahora bien, negar los hechos, sobre todo los resultados, es algo más arriesgado, cuando menos desde un punto de vista intelectual.

Ya que este artículo se dirige, si la pretensión no es excesiva, a todos los demás, a la inmensa mayoría que no se identifica con los asaltantes de Barcelona -y por eso Catalunya todavía es nación-, hay que explicar otra cosa. El lector debe saber y entender, sea ínfimo o moderado su grado de emotividad identitaria, que el subsuelo del Born contiene no solo «l'urna de l'honor», sino un tesoro arqueológico y social de primerísimo orden. Gracias a la manía de nuestros antepasados de ir al notario de manera continuada y compulsiva, y a los trabajos del historiador Albert Garcia Espuche, merecedor de un busto ante la entrada, podemos saber cómo vivían los barceloneses del siglo XVII, con un detalle y una minuciosidad que nos dejan boquiabiertos. Calle por calle, casa por casa, despensa por despensa, reforma por reforma, litigio por litigio, juego por juego. Esta combinación de microhistoria exhaustiva y restos arqueológicos es un tesoro de Barcelona. Y se debe dar a conocer, porque es fascinante.

UNA CATEDRAL DE HIERRO

En el último tercio del XIX, Barcelona era una ciudad efervescente. Por eso levantó una orgullosa catedral de hierro, de una altura más que exagerada, en vez de un simple mercado, un cobijo bajito y utilitario. Nos ha quedado la admirable construcción del Born. Si hacemos el ejercicio de imaginar el subsuelo sin el edificio, desviaremos enseguida la mirada. Lo que es incuestionable es el híbrido, el animal bifronte. El primero, desenterrado, abajo. El otro, alado, esbelto, alocado y transparente. Por eso el Born es tan visitado. En Londres destaca el Tower Bridge y en Barcelona el Born. De una manera distinta, son únicos. Son magníficos los dos. Pero el Born tiene dos cabezas. Es uno de los espacios más singulares de Europa y lo sería aunque no tuviera el menor significado para los catalanes y su historia.

Esto es el Born, y ni siquiera los que se escandalizaron cuando, en plena vorágine tricentenaria, se celebró la pasarela de moda 080 tendrían ahora credenciales para intentar que fuera solo un panteón. ¿Cuántos protestaron? ¡Nadie! Al contrario, todo el mundo aplaudió. Pues bien, no hay debate. Si quieren discutir sobre política, busquen temas de política. Dejen en paz la cultura, porque bastante trabajo tenemos los de la cultura. Y porque siempre que unos políticos la han utilizado, todos hemos sufrido daños, también ellos.

¿Qué deben hacer las autoridades con el Born? Poca cosa. De entrada, callar. A continuación, abrir un concurso, nombrar un director con visión y personalidad, acordar un presupuesto y dejarle trabajar. No es mucho. Es muy poco. Pero es todo. El resto, cizaña.