El artefacto Podemos

Hay que ser muy tonto para confiar en que el partido de Pablo Iglesias sea positivo para el soberanismo

MARÇAL SINTES

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Podemos, el partido de Pablo Iglesias, se ha revelado como un fenómeno de una fuerza insospechada, más aún si tomamos en consideración que ha sido puesto en pie en tan solo unos meses. ¿Qué es lo que lo ha hecho posible? A mi juicio, la conjunción de dos factores importantes. En primer lugar, la atención mediática de que ha disfrutado la fuerza política y, muy especialmente, su líder. Pero este factor es una condición necesaria, no suficiente. El segundo es que la narrativa de Podemos responde, encaja, con una determinada demanda, con un determinado estado de ánimo.

Los ciudadanos están, en general, enfadados. Cabreados. Por, sobre todo, la crisis económica y sus terribles consecuencias. Al mismo tiempo, hemos conocido innumerables casos de corrupción política, mientras el prestigio de prácticamente todas las instituciones se ha visto fuertemente erosionado. La coincidencia de los escándalos de corrupción y del desprestigio institucional con la larga crisis ha exacerbado el enfado social. Podemos es la expresión de ese enfado. Su discurso se hace eco del mismo. Así, enfrenta lo nuevo a lo viejo y a los de abajo con los de arriba al cargar contra el «régimen» y la «casta». Aboga, además, por un nuevo proceso constituyente que debiera, según ellos, arreglarlo prácticamente todo.

Podemos es fruto de nuestro tiempo, como lo es su fuerza hermana, la coalición griega Syriza, que pasó en muy poco de ser un partido menor a segunda fuerza del país. Podemos es, un síntoma, una consecuencia. Pero lo trascendental no es eso, sino si pueden constituir un revulsivo que desencadene una dinámica de mejora del actual estado de las cosas. Ellos, natural y legítimamente, no aspiran solo a eso, sino también al poder, al mayor poder posible, lo que pasa por moderar su discurso radical (ya lo están haciendo) y aprovechar la fragilidad del PSOE e IU.

En cuanto a Catalunya, solo cabe decir que hay que ser muy tonto o muy ingenuo para confiar en que la irrupción de Podemos vaya a resultar positiva para el movimiento soberanista, este sí auténticamente disruptivo y motor de cambio.

Podemos, una organización con buen olfato táctico pero poco contenido programático -más allá del izquierdismo 2.0 con aroma bolivariano-, rechaza la autodeterminación de Catalunya y, por supuesto, la independencia. No podía esperarse otra cosa, ya que constituye un artefacto político creado por unos jóvenes que nada saben de Catalunya, más allá de cuatro tópicos lerrouxistas (que desgranó Iglesias en su reciente acto en Barcelona) y cuyo terreno de juego y el horizonte de sus ambiciones es el español. Iglesias no irá, porque ni quiere ni podría dados sus objetivos, mucho más allá que el PSOE en la cuestión catalana.