MI HERMOSA LAVANDERÍA

El agua está estupenda

Coixet

Coixet / periodico

ISABEL COIXET

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El nigeriano baja del autobús cargado con una pesada mochila. Es un día de mediados de julio y la playa está a tope. Huele a aceite de coco y a fritanga. Los chiringuitos no dan abasto para surtir de bocadillos y helados a la masa de gente que juega con palas y se tuesta al sol. La mujer vuelve del agua ajustándose la braga del biquini de flores. Tiene 40 o 45 años y el cuerpo de alguien que lucha con furia contra el tiempo en un gimnasio al que acude religiosamente cada día de la semana y en la consulta de un cirujano que ya le ha cambiado dos veces las prótesis del pecho. "El agua está estupenda", dice a sus compañeras de toalla, dos mujeres de su misma edad y determinación. Se seca con vigor y se aplica una crema protectora en la cara y otra en las piernas. Los pechos artificiales se mueven un poco a destiempo del resto del cuerpo. Cuando se tumba a tomar el sol, siguen erectos, sin desplazarse a los lados como los senos auténticos. Pasan dos chicos despacio y se los quedan mirando. Se ríen y se empujan el uno al otro. Aún lejos, se nota que siguen hablando de las tetas de la mujer del biquini de flores.

El vendedor de pareos nigeriano cruza la playa por sexta vez esa mañana. Lleva una gorra en la cabeza, pero eso no impide que sude copiosamente. Ahora se agacha al lado de la mujer del biquini de flores que está bebiendo de una botella de agua y le muestra gafas de sol y pareos. Ella le rechaza con un gesto. Las amigas le dicen que se acerque y le hacen enseñar los pareos estampados con dibujos vagamente africanos, aunque luego no compran ninguno. El nigeriano se lo toma con tranquilidad. Se aleja hacia otro grupo de mujeres que sí le compran algo. Con lo que le dan se acerca al chiringuito y se toma una Coca-Cola y un bocadillo de queso. Los del chiringuito le conocen y le preguntan cómo va el negocio. "Malo, malo, crisis", dice invariablemente él. Le regalan una botella de agua fría. Sigue recorriendo la playa de derecha a izquierda, localizando a la gente que se va, a los que llegan. A las seis de la tarde ha vendido dos pareos y tres gafas de sol y ha ganado 16 euros, de los que 7 se han ido en el bocadillo, la Coca-Cola y el autobús.

La mujer del biquini de flores se dispone a irse con sus amigas. Recogen los bolsos con las cremas, los pareos, las toallas y las chanclas. Vuelven a echar un vistazo al mar. "Estupenda, estupenda de verdad hoy el agua", dicen.

Con el sol ya bajo y la playa semivacía, el nigeriano se sienta en la arena. Mira el mar e intenta recordar las caras de los que vinieron con él en la patera que le trajo hasta esta misma playa. Se pregunta qué hace aquí, cuándo volverá a su tierra, por qué le tocó a él sobrevivir y a los otros morir. Las olas, ocupadas en romper en la orilla y hacer espuma, no le responden.