El segundo sexo

El 'efecto Matilda'

Excelentes científicas han visto sus investigaciones apropiadas o no reconocidas por sus compañeros varones

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ÁNGELES GONZÁLEZ-SINDE

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Esta semana, y para celebrar el 11 de febrero, Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, leí un libro muy recomendable por ameno y esclarecedor. Se llama 'Las ‘mentiras’ científicas sobre las mujeres' (Ed. Los libros de la Catarata), de S. García Dauder y Eulalia Pérez Sedeño. Entre otras muchas cosas interesantes, explican el 'efecto Matilda', un corolario, por así decir, de otro fenómeno, el 'efecto Mateo', descrito en 1968 por Robert Merton.

Merton analizó la progresión de las carreras de destacados científicos y concluyó que el investigador de más prestigio va acumulando ventajas a lo largo de su vida que dejan fuera de juego a sus colaboradores y a otros científicos menos conocidos, aunque sus descubrimientos sean igualmente relevantes. Le puso el nombre 'efecto Mateo' por un versículo del Evangelio: «Porque a cualquiera que tiene se le dará más y tendrá en abundancia».

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El señor Merton se tomó la molestia de examinar todos esos datos, no para condenar la inercia que hace que quien ya tiene reputación obtenga todo tipo de reconocimientos y quien ostenta una posición marginal, sin discípulos ni red, no brille, sino para que los listillos aprendieran a replicar esta asimetría a su favor.

VERSÍCULO DE MATEO

Pero héteme aquí que en 1993 la historiadora Margaret Rossiter escribió un segundo artículo centrado en la segunda parte del versículo de san Mateo: «Y a quien no tiene, se le quitará incluso lo poco que tiene». Según Rossiter, ese es el penoso e injusto caso de tantas mujeres científicas a lo largo de la historia, cuyos descubrimientos y teorías han quedado subsumidos dentro de los de los hombres que las rodeaban, sencillamente porque ellas no tenían ni una posición sólida ni camarilla que las jaleara.

La primera en señalar el fenómeno fue una pionera de la sociología, la neoyorquina Matilda Joslyn Gage, nada menos que a finales del siglo XIX. García Dauder y Pérez Sedeño ponen muchos ejemplos del 'efecto Matilda'. Excelentes químicas, genetistas, sociólogas, médicas, biólogas, físicas y muchas más mujeres de ciencia han visto sus extraordinarias investigaciones y trabajos apropiados o no reconocidos por sus compañeros varones. Y no hay que mirar tan atrás en el tiempo.

LA CIENCIA NO ES NEUTRA

Pero esta es solo una pequeña parte del libro. 'Las ‘mentiras’ científicas sobre las mujeres' se propone demostrar que la ciencia no es neutra, autónoma y aséptica como muchos sostienen, sino que nace de la iniciativa de personas que viven en un contexto histórico, social, de creencias y de intereses. La mujer se ve afectada por ese sistema de valores dominante no solo como investigadora, sino como objeto de investigaciones, como paciente del sistema de salud, como objetivo de la industria farmacéutica o como potencial alumna de carreras de ciencias.

Otro fantástico fenómeno descrito es el 'efecto Rosenthal' o 'efecto Pygmalion', por el que, si en un grupo de alumnos se selecciona aleatoriamente un subgrupo y se dice a sus profesores que tienen aptitudes sobresalientes, de manera casi mágica harán progresos sorprendentes en sus estudios. ¿Por qué? Porque lo que se espera de nosotros predetermina lo que hacemos. Por eso son tan preocupantes las noticias en las que se indica que ya desde los 6 años «las niñas se vuelven menos propensas a asociar la brillantez intelectual con su propio sexo y tienden a rehuir las actividades consideradas para niños muy inteligentes». O ese otro titular según el cual apenas un 7% de las chicas ve su futuro relacionado con la ciencia.

DESMONTAR MITOS Y MENTIRAS

Si no queremos condicionar el potencial de nuestros niños y niñas, nos interesará el capítulo dedicado a desmontar los mitos y mentiras sobre las diferencias entre el cerebro masculino y el femenino y su supuesta manera distinta de pensar el mundo. Las autoras demuestran que los seres humanos somos muy diversos y que tantas diferencias puede haber entre el cerebro de un hombre y el de una mujer como entre el de dos hombres o el de dos mujeres. Cada cabecita es un mundo.

Por eso está bien que hace dos años, y en vista de que la situación de las mujeres y niñas con respecto a la ciencia no mejora como debería, la ONU estableciera este día anual (visiten www.11defebrero.org) para recordarnos tanto la presencia de las mujeres en la ciencia y su protagonismo como los obstáculos, visibles e invisibles, a los que se enfrentan en los ámbitos científicos y tecnológicos.

Porque la ciencia busca respuestas, pero lo importante son las preguntas y quién las plantea. Mejor para la ciencia que seamos no solo Mateos, sino también Matildas, porque en realidad quien observa la realidad física desde los márgenes tiene un punto de vista innovador y privilegiado con respecto a quien observa desde lo ya establecido. Una mirada compleja y consciente de que en la ciencia también intervienen los sesgos y prejuicios será más rica.