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Efectivo, eficiente o eficaz

risto20-3-16

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RISTO MEJIDE

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Pensamos que usamos las palabras, hasta que alguien o algo nos recuerda su verdadero significado, y entonces -y sólo entonces- nos damos cuenta de que ha sido al revés, que han sido ellas las que han estado aprovechándose de nuestra pereza y utilizándonos como peleles lingüísticos, que es en lo que realmente nos estamos convirtiendo a golpe de tuit y de whatsapp. Como ocurre con cualquier meme, las palabras también sobreviven gracias a nuestra lengua, beben de nuestra saliva y respiran con nuestra pronunciación, y de ahí que harán lo que sea por perdurar, por trascender, por llegar hasta la siguiente generación.

Así las cosas, hay palabras que siguen claramente una estrategia para sobrevivir en esta realidad miope más allá de los 140 caracteres, que consiste en agruparse en células de resistencia por asociación aunque sea engañosa y falaz. Las palabras se refugian a rebufo de otras más utilizadas, más comunes, se disfrazan de sinónimas, cuando realmente no lo son, y allí aguantan agazapadas el chaparrón de esta epidemia de comodidad que nos amenaza y nos empapa ante semejante procrastinación con tendencia a convertirse en huracán de fuerza mayor.

Es lo que ocurre con efectivo, eficiente y eficaz. Tres palabras que a priori no tienen nada que ver, sobre todo cuando nos referimos a las relaciones humanas y ya no digamos sentimentales. Tres conceptos que intercambiamos con demasiada alegría. No hay más que encender la radio, la tele o abrir cualquier periódico para darse cuenta de que no hemos reparado en ninguno de sus matices, lugar donde suele esconderse la verdad.

Con la palabra efectivo no hay confusión posible, pues viene claramente definida en el DRAE: real y verdadero, en oposición a quimérico, dudoso o nominal. No es de extrañar que comparta casi todas las letras con afectivo. Lo afectivo es mucho más que efectivo, porque llega incluso antes que éste, tanto en el diccionario como en el corazón. Y así demuestra que se puede ser perfectamente real y verdadero a la vez que quimérico, dudoso o nominal.

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Efectivo no es eficiente. O como mínimo no debería serlo. Fíjate en la definición de eficiente: capaz de disponer de alguien o de algo para conseguir un efecto determinado. Disponer, utilizar, manipular y conseguir un efecto, un resultado. Y lo peor, como siempre, viene en la última palabra: determinado. Predefinido. El destino. A vueltas con el destino. Quizás por eso esté a una sola letra de deficiente. Lo eficiente consigue lo que quería. Lo efectivo lo es.

Y así llegamos a la necesaria distancia con eficaz, o lo que es lo mismo, «capaz de lograr el efecto que se desea o se espera». Definición muy parecida a la de eficiente, pero que nos introduce en dos conceptos radicalmente disruptores. Los deseos y las esperas. Las dos condenas del ser humano para un tal Siddhartha. Y es que la vida entera son deseos y esperas. La felicidad, como defendía Punset, está en la antesala de conseguir lo que se persigue. Nos pasamos la existencia en la sala de espera de nuestros deseos. Según Lennon, lo que te ocurre mientras tú haces otras cosas. Esperar y desear. Porque ya me dirás qué somos, sino un manojo de anhelos que siempre tienen que esperar.

Así que nada, quizás hoy nos toca aprender algo sobre estas sutiles diferencias. Que cuando pretendemos ser eficaces y eficientes, no nos fijamos ni nos damos cuenta de los cadáveres que vamos dejando por el camino. Esos cadáveres llamados sorpresa, intuición, cambio de rumbo, de repente y ya. Cualquier cosa que sea contraria a la expectativa. A lo previsto. A lo que pretendimos conseguir. A la quimera, a lo dudoso y a lo nominal.

Y es que las cosas importantes, las de verdad, están ahí, en ese hueco, en ese ángulo muerto del espejo retrovisor llamado futuro. Y es que las cosas importantes, las de verdad, son siempre y necesariamente ineficientes, ineficaces, y son muy poco dadas a la previsión.

Prefieren ser efectivas.