Peccata minuta

Educar el ahora

JOAN OLLÉ

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No sé si son ustedes usuarios de Spotify, la gran Biblioteca de Alejandría de la música. La cosa consiste en escribir el nombre de un compositor o intérprete (menos The Beatles y cuatro más, con los que no llegaron a un acuerdo comercial ) y al instante aparece su discografía completa; clicamos (feo verbo) sobre el nombre de nuestra canción preferida y, al instante, ya está sonando.

El director escénico Jean Vilar aseguró en 1945, recién acabada la gran carnicería europea, que el teatro debería ser un bien público al alcance de todos, como el agua, el gas y la electricidad. No estuvo fino en la comparación: las facturas de los grifos, electrodomésticos y bombonas no paran de subir (hay quien no podrá encender la calefacción este invierno que se avecina especialmente duro para las rentas más bajas) y en los teatros públicos cada día hay menos jóvenes: no pueden abonar el precio subvencionado de la entrada.

Con Spotify no existe este problema: puedes optar por pagar o ir de gratis. La diferencia consiste en que si escoges la segunda opción, el pequeño Nicolás puede colarse en medio de una sonata de Bach o del Köln Concert de Keith Jarret en forma de chillón anuncio del último disco de vete a saber quién. Como una caca de paloma en una lionesa de nata.

No es por racanería que me ahorro los pocos euros mensuales que cuesta renunciar a la publicidad en Spotify, sino para que, en pleno goce de la armonía, la realidad me aseste un inesperado bofetón para recordarme que vivimos una época de ruidosa porquería. En algunos bares americanos, no hace mucho, podías comprar en el jukebox algunos minutos de silencio. Tal vez en breve podamos leer a Patrick Modiano o a Peter Handke gratis en libros con publicidad de Nespresso o Movistar en las páginas impares.

Tampoco los periódicos, espejos de la realidad, son hoy un ejemplo de armonía a seguir, ya que los pequeños nicolases se han infiltrado por doquier y podemos encontrarnos con un anuncio a toda plana y en colores felices que nos invita a un crucero de lujo por los mares del sur justo al ladito de una muy descolorida Carmen García Ayuso, de 85 años, que, si no llega a ser por el Rayo Vallecano, viviría debajo de un puente o de una lápida. Ya han ganado la Liga.

Aprender de los más grandes

Propongo a nuestro director, Enric Hernàndez, que para contrarrestar la extrema fealdad física y verbal de nuestros gobernantes, su vacía y engañosa palabrería, inaugure una exquisita y mínima sección (en cultura el caviar suele ser más barato que el sucedáneo) donde aprender de los más grandes, de los de verdad. Propongo, para debutar, un aforismo de nuestro contemporáneo Ramón Andrés: «Educar el ahora, no transigir a él».