Educación: evaluar no es clasificar

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JOAN COSCUBIELA

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Se lo intenté explicar al ministro Wert en su comparecencia en el Congreso, pero sin mucha fortuna. Y como no me queda claro si es que no supe explicarme o bien que tenemos criterios opuestos sobre lo que debe ser la evaluación en educación, lo intento de nuevo a través de estas reflexiones.

Soy un firme partidario de la evaluación de las políticas públicas. Es uno de los agujeros negros de casi todas nuestras administraciones públicas y por tanto uno de nuestros retos. Y la educación no debe ser una excepción. Este fue un debate que ya se suscitó con motivo de la tramitación de la Ley de Educación de Catalunya. Mi crítica de entonces era que la LEC prevé la evaluación de todos los agentes educativos, excepto de la administración educativa, que al parecer de muchas voces tiene grandes oportunidades de mejora.

Todas estas consideraciones van dirigidas a que no quede ningún tipo de duda sobre mi opinión favorable a la evaluación en educación. Otra cosa es decidir qué y a quien se quiere evaluar, qué conceptos se evalúan y cual es la utilidad y uso que se da a estas evaluaciones.

Lo que la LOMCE plantea con sus reválidas homogéneas no es evaluación, sino clasificación de alumnos. Voy a intentar explicarlo. La educación no es sólo, ni principalmente, transmisión de conocimientos. Y menos en unos tiempos en que estos cambian a un ritmo digital, o sea trepidante en términos de vida humana. Los mecanismos que propone el ministro Wert podrían servir para evaluar homogéneamente el grado de conocimientos de los alumnos en un momento concreto de su vida, pero no su nivel educativo.

Además, me parece un grave error el carácter homogéneo que se le quiera dar a estos exámenes de reválida - me resisto a llamarles evaluación-. Y no es sólo un problema de competencias autonómicas. Siendo importante este aspecto, me parece menor y no es el aspecto nuclear.

El problema fundamental es otro. Los alumnos son seres humanos con una gran diversidad, personal, familiar y social. Y no se puede evaluar a los alumnos utilizando, como pretende la LOMCE, fórmulas homogéneas y uniformistas, como si se tratara del control de calidad de una fabrica fordista de tornillos. Por eso creo que la evaluación de los alumnos debe hacerse desde la proximidad, desde el entorno educativo en el que se ha estado educando. Porque sólo ese entorno puede valorar individualizadamente - como personas y no tornillos- los niveles alcanzados en función de esas realidades a que hacia referencia.

Está claro que el ministro no me entendió, porque en su replica hizo hincapié en que estaba demostrado que sus propuestas beneficiaban a los sectores sociales más desfavorecidos. Dejando a un lado lo discutible de esa afirmación universal con la que pretende avalar sus políticas, yo no me refiero sólo a las condiciones sociales y familiares de los alumnos, siempre importantes. Me refiero también a las condiciones personales. Los que trabajan en el mundo de la educación y de la psicología infantil y juvenil saben de la existencia de circunstancias personales - algunos le dan el nombre de trastornos- que hacen muy compleja la función de educar y la tarea de aprender por parte de estos alumnos. Y someterlos a falsos procedimientos de evaluación que los clasifique entre triunfadores y fracasados dificulta aún más la función de educar y la tarea de aprender. Además, el mecanismo de reválida puede convertirse en un callejón sin salida para quienes no puedan superarla.

El actual sistema educativo reproduce los valores de la sociedad competitiva dominante. En educación se le llama excelencia, obviando que la excelencia es distinta para cada alumno. Y que, evaluando niveles de excelencia copiados de la cultura empresarial de la competitividad, lo único que se consigue es aumentar los niveles de fracaso. Normalmente se habla de las tasas de "fracaso escolar", obviando que en muchas ocasiones la escuela más que fracasos lo que genera son frustraciones en alumnos en edades muy sensibles para su desarrollo personal. De hecho la responsabilidad no recae únicamente en la escuela, que no hace más que reproducir los valores dominantes en la sociedad.

Y ese es el tema de fondo que pone de manifiesto la existencia de dos maneras de entender la evaluación. Para el ministro Wert - lo dijo literalmente- las leyes educativas vigentes han reducido los niveles de exigencia con lo que han dificultado alcanzar la excelencia y nos han conducido a resultados mediocres. Atiendan a esta argumentación porque no tiene desperdicio. Según el ministro, atender a la diversidad personal, familiar, social de cada alumno comporta rebajar los estándares de exigencia, reducir los niveles de excelencia y obtener resultados mediocres. Si se me permite es la expresión más evidente de que estamos ante la rebelión de los "triunfócratas" frente a los "fracasados".

Que se evalúe a los alumnos, pero desde la proximidad y conocimiento de sus circunstancias personales, familiares, sociales. Que se evalúe con criterios armonizados al sistema educativo y a los centros. No para hacer rankings, sino para detectar los aspectos a mejorar que son muchos. Y no se olvide que la evaluación de los centros y actividad docente pasa por una apuesta nítida y con recursos por la investigación y la formación continúa. Lo que nunca debe hacerse es introducir viejas y obsoletas formas de clasificación de los alumnos que sólo van a comportar más dificultades para educar y aprender y un aumento de las frustraciones. En edades que además son muy complicadas para las personas. No sea que buscando la excelencia de los triunfócratas se convierta el sistema educativo en una fabrica de frustraciones de adolescentes y jóvenes. Sr.Wert, deje de manosear la educación y deje de jugar con fuego.

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