La generación de riqueza

Economía, justicia y algo más

Una excesiva redistribución desanima el crecimiento, tanto en los que pagan como en los que reciben

ANTONIO ARGANDOÑA

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Me parece que la mayoría de los lectores estarán de acuerdo conmigo en que nuestra economía «no funciona». Estamos creciendo a buen ritmo y, lo que es más importante, se trata de un ritmo sostenible, porque se crea empleo, la deuda privada se reduce, el crédito se reanima… Bien, pero los ciudadanos tenemos la impresión de que nuestro modelo no es justo, aunque no nos pondremos de acuerdo sobre qué es una economía justa. La clave de la justicia es, para algunos, la desigualdad de las rentas. Lo que hay que hacer, dicen, es redistribuir de los que tienen más a los que tienen menos, mediante impuestos progresivos, transferencias y servicios gratuitos. Pero esto presenta algunos problemas. Uno es que la demanda de transferencias y servicios es infinita cuando el que se beneficia de ellos no tiene que pagarlos.

Otro problema es que una excesiva redistribución desanima el crecimiento, tanto en los que van a tener que pagar, que preferirán irse a otro lugar o dedicarse a vivir bien y producir menos, como en los que esperan recibir, porque fácilmente perderán el incentivo de trabajar. Esto se complica por el bajo crecimiento de la productividad en los países occidentales, también en España: la tarta que queremos repartir crece muy poco. Y la globalización nos está metiendo en un mundo de salarios bajos. ¿Qué podemos hacer? Lo que estamos haciendo ahora es compensar los bajos ingresos con sanidad gratuita, enseñanza subvencionada, seguros de desempleo y otras transferencias. Pero este modelo no es sostenible.

Estabilidad social

Estabilidad socialPara otros, la prueba de que nuestra sociedad es injusta es que hay muchos (discapacitados, madres solteras, fracasados en la escuela, parados de edad avanzada) que no tienen acceso al mercado de trabajo, es decir, a la posibilidad de aportar algo: falla la inclusión. No hemos adelantado mucho en este campo, más allá de subvencionar los empleos transitorios o añadir transferencias a los ingresos bajos. O sea, el modelo sigue siendo inestable porque se fija, una vez más, en lo que hay que dar a estas personas en vez de en lo que pueden aportar.

En un libro publicado en el 2013, el nobel de Economía Edmund S. Phelps hacía notar que la justicia económica es necesaria por la dignidad que la gente merece y por la estabilidad social que proporciona, pero que se requiere algo más: una economía buena, que dé la oportunidad de llevar una vida rica, próspera, floreciente. Una economía en la que las personas se sientan dueñas de su propia vida, que no vivan de la limosna del Estado del bienestar, que no deja de ser una limosna aunque el 'Boletín Oficial del Estado' la califique de «derecho».

El lector quizá me diga que esto no pasa de ser una declaración bonita pero vacía. Pero me parece que no lo es. Ante una persona que se ha quedado sin ingresos, lo urgente es facilitarle algo para vivir, ya: esto es lo que hacemos ahora. Pero inmediatamente hay que pensar qué necesita para recuperar el control de su vida, su autoestima y, claro, nuevos ingresos para el día de mañana. La redistribución o la compensación de los ingresos perdidos no es la única alternativa viable. Esto significa no ver a las personas como seres pasivos que reaccionan ante estímulos externos, tal como los presenta la economía convencional. Phelps hace notar que esta puede ser una explicación de la falta de dinamismo de las economías occidentales desde hace casi medio siglo: las empresas son eficientes, las familias afianzan su riqueza (menos las de ingresos más bajos), pero no hay dinamismo creativo en la economía. Todo lo fiamos a las nuevas tecnologías.

Hay otra manera de explicar la injusticia de la economía actual. Muchos consideran que sus hijos no tendrán las oportunidades que ellos han tenido en las últimas décadas porque alguien está acaparando esas oportunidades, bloqueando la entrada de nuevos competidores, generando rentas y capturándolas, y haciendo labor de lobi para conservar sus ventajas. Corregir esto no solucionará el problema de la desigualdad de los ingresos a corto plazo, tal como se presenta hoy, pero tiene mucho que ver con el dinamismo innovador que Phelps propugna.

«Un amplio florecimiento en un país requiere una economía movilizada por su propia capacidad de innovación, que arranque de las raíces», dice. Y añade: «Debemos pasar de la fijación clásica acerca de la acumulación de riqueza y la eficiencia a una economía moderna que ponga la imaginación y la creatividad en el centro de la vida económica». Me parece un buen consejo, tanto para los que se oponen a cualquier forma de redistribución como para los que proponen la estrategia de Robin Hood -quitar al rico para dar al pobre- como manera de conseguir una sociedad más justa, más eficiente y más humana.