Análisis

La dura caída

Los vástagos Pujol-Ferrusola vieron crecer muy precozmente sus patrimonios amparados por la opacidad del poder

JOAN J. QUERALT

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Macerado en la tóxica salsa de la desinformación, el desconocimiento y la exageración hemos sabido del registro de domicilios particulares y de otros locales vinculados a Oleguer Pujol y socios, en especial de Luis Iglesias, yerno de Eduardo Zaplana.

Los negocios, por lo que ha trascendido, parece que tienen que ver con inversiones inmobiliarias no totalmente transparentes para Hacienda al haberse generado con dinero fiscalmente opaco. En los próximos días o meses sabremos más de la realidad y alcance de estas operaciones y de cuántos implicados las protagonizan. Si el volumen que se cita, más de 2.000 millones de euros (lo que es una auténtica barbaridad), fuera cierto, estaríamos ante operaciones realizables solo con instrumentos financieros muy potentes, fuera del alcance de meros particulares boyantes. Estamos ante instrumentos financieros complejos, pero de relativa fácil realización o transmisión, no radicados en España, pero desde aquí dirigidos.

Sea como fuera el torbellino de procesos que se cierne sobre los Pujol-Ferrusola individual y/o colectivamente -pese a tratarse en varios casos de causas previas al simulacro de confesión del patriarca de la saga- se ha visto acelerado e incrementado por asa sorprendente y en buena medida esperpéntica actuación de Jordi Pujol, por ahora en dos actos: la carta que nada confiesa y la comparecencia parlamentaria que discurrió por los cerros de Úbeda más la bronca a quienes querían saber mucho más y mucho más real.

Esta marabunta procesal pondrá de relieve los hilos conductores del concatenado de hechos irregulares. Por un lado, un amor casi lujurioso por el dinero. Esa especie de priapismo económico suele comportar, como se ve, serios disgustos. No menor interés despertarán las relaciones de los miembros del clan Pujol con las esferas del poder, tanto catalán como -y esto sorprenderá quizás a más de uno- español. Como dije en estas páginas con ocasión de la comparecencia parlamentaria de Jordi Pujol, quedaron patentes los vínculos, esos sí indisolubles, de la casta española. No solo los negocios de la mayoría de los miembros de la familia Pujol-Ferrusola parecían propagarse, como los hongos, a la sombra de las instituciones públicas catalanas, sino que tenían fuertes lazos con los de sus correspondientes españoles. Así se han manifestado como militantes de un mismo sindicato de intereses nunca aclarados.

Por último, hay algo que como profesor, no puedo dejar de pasar por alto. Como la mayoría de docentes, exijo a mis estudiantes esfuerzo personal, constante e, incluso, extenuante, para que se doten de la mejor formación posible. Viendo disfrutar desde hace mucho tiempo de una posición labrada individualmente a estos integrantes, aun jóvenes, de la hasta hace bien poco más poderosa familia catalana, cabría pensar que ello es fruto de los valores que el patriarca encarnaba y difundía a los cuatro vientos, cuando no los arrojaba a la cara de sus oponentes.

Sin embargo, todo parece apuntar a que los vástagos Pujol-Ferrusola vieron crecer muy precozmente sus patrimonios, no solo sustraídos al escrutinio de la opinión pública, sino amparados por la opacidad del poder. Acaso alguien nos reclame cambiar nuestra orientación pedagógica por otra más realista. Lo dicho: vamos a confirmar próximamente muchas sospechas.