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Dos mentiras sobre la universidad

ilustración del artículo de david trueba en Dominical

ilustración del artículo de david trueba en Dominical / periodico

DAVID TRUEBA

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Tuve un amigo que decía que, sobre la universidad, siempre corren dos mentiras. Yo estaba a punto de entrar en ella y me explicó que la primera mentira era que la universidad sería fundamental en mi vida. La segunda era que la universidad no me serviría para nada. Supongo que lo que quería decir, pasado ya aquel tiempo, es que la verdad estaba en un punto medio entre ambos tópicos. Ahora que la universidad en España comienza a convertirse en un lujo al alcance de familias con recursos puede que volvamos a valorarla como se merece. Yo fui, como tantos otros, un universitario frustrado. Es decir, alguien que había puesto demasiadas esperanzas en su entrada a la enseñanza superior y que vio decepcionados muchos de sus sueños. Ni la carrera era lo que esperabas ni había pupitre para todos. Ya en aquella época, la masificación impedía un trato directo y racional, una posición de adulto dentro del orden universitario. Pero no haber pasado por allí habría sido aún más trágico y el recuerdo, con el tiempo, se vuelve más cordial, convencido de la utilidad de aquel periplo y agarrado a aquellos profesores, amigos y ambientes que fueron esenciales en mi formación.

Pero la gran mentira en torno a la universidad española la comprendí poco después de abandonarla, cuando pude entrar en una escuela superior norteamericana, convencido de que allí estaba la verdad, la gloria y la sabiduría toda empaquetada por el éxito formativo anglosajón. Era difícil entrar, caro sobrevivir y apasionante sentirte dentro de las instalaciones. Te trataban como a alguien elegidoprivilegiado adulto, con recursos a tu alcance, incluso con secretarias de administración que te saludaban por tu nombre y te invitaban a compartir su almuerzo. Como le escribí a un amigo entonces, tenías la sensación de vivir en medio de un episodio de 'Fama'. Pero el conocimiento no era asombroso ni el sistema educativo deslumbrante. Te dabas cuenta de que su gran virtud era concederte a ti la batuta para dirigir tu tiempo de estudio, pero que bajo sus siglas rimbombantes escondían mucho fraude, mucha mentira y mucha connivencia mediática y social.

A menudo las universidades públicas españolas viven bajo la sombra acomplejada del tambor que ensalza a las privadas extranjeras. Es cierto que en medios y organización no pueden compararse, pero en el producto intelectual que van lanzando a la sociedad no hay tanta diferencia. Si acaso la mayor distancia es la incapacidad dialéctica española, porque no propone un trato adulto, sino que te permite pasar por la carrera sin hablar en público, exponer tus ideas y compartir con los maestros la conversación colectiva. Pero más allá de la expresividad y el complejo de frustración, basado sobre todo en lo impersonal y masificado, males comprensibles en un sistema público, la gran verdad es la poca distancia formativa. Esa que hoy disfrutarán algunos países de nuestro entorno, que reciban licenciados y cerebros con ganas de ponerse a brillar. Porque detrás de los estudios en España casi siempre hay una zanja laboral, donde el poder sigue estando en manos de zopencos, nuevos ricos y sectores industriales paleolíticos. Pero la universidad sufre una mentira parecida a los tratamientos contra el cáncer: puede que fuera te cobren más y tenga más nombre la clínica, pero si te curan, te curan igual, y si te mueres, te mueres igual que aquí.