El debate sobre los sistemas y valores económicos

¿A dónde va el capitalismo?

A los problemas del mercado capitalista se responde con más poder para el Estado o con fórmulas populistas

ANTONIO ARGANDOÑA

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Nuestra sociedad está polarizada: esto no es ningún secreto. También las actitudes hacia el capitalismo se han hecho más extremas. Hace unas décadas, la caída del muro de Berlín y el ocaso de los regímenes comunistas inclinaron la balanza hacia el capitalismo, que parecía ser lo que los anglosajones llaman «el único juego en la ciudad», el único sistema económico capaz de satisfacer las expectativas de los ciudadanos.

La crisis iniciada en el 2008, la convicción de que aquellas expectativas no se iban a cumplir, la experiencia de una desigualdad creciente, los problemas de corrupción y otros desaguisados han renovado las críticas al capitalismo. ¿Volveremos al comunismo? ¿Hace falta una renovación del modelo económico vigente? No pretendo dar la respuesta en estas pocas líneas a esas y otras preguntas importantísimas, pero sí hacer alguna reflexión, partiendo de un viejo adagio escolástico: «Donde no hay distinción, hay confusión». Y me parece que, en este tema, como en muchos otros, estamos todos un poco confusos.

ECONOMÍA DE MERCADO

El principal componente del capitalismo es la economía de mercado, que deja a la libre iniciativa de los agentes la gran mayoría de las decisiones económicas. El mercado es un eficaz instrumento para coordinar las decisiones de millones de personas que no se conocen, no saben lo que quieren y lo que saben los demás y, probablemente, no saben ellos mismos qué es lo que realmente quieren y saben. El mercado garantiza la eficiencia en el uso de los recursos, y ese es el argumento principal en favor del capitalismo.

Pero el buen funcionamiento de los mercados depende, en gran manera, del marco legal e institucional en que se mueven. Si la propiedad privada no está suficientemente protegida, si los contratos voluntarios no tienen el respaldo de la ley y de los jueces, si el dinero, que es el principal medio de cambio, está sujeto a fluctuaciones erráticas… el mercado no funciona bien, y el caos económico de Venezuela puede ser hoy un ejemplo paradigmático. Muchas de las críticas al capitalismo se dirigen hoy a ese marco de actuación, que depende a su vez del papel y las actuaciones del Estado.

IDEAS Y VALORES

Y esto nos lleva a otro nivel de los problemas: cómo decide una sociedad establecer ese marco dependerá de sus ideas y valores. Y lo que vemos ahora es un conjunto de ideas y valoraciones sociales, científicas, técnicas y morales, de carácter confuso, inconsistente y cambiante, en lo que se llama «el gran mercado de las ideas», donde todo vale, en el que se compran y venden todo tipo de maneras de pensar, juzgar y valorar.

Pensemos, por ejemplo, en un componente importante de esas ideas: las teorías económicas, sociológicas y filosóficas sobre la persona, la sociedad, la empresa y el mercado. Bajo la apariencia de un consenso, las diferencias son muy grandes, los debates son continuos y, por tanto, nuestra manera de pensar y de actuar va cambiando: por ejemplo, el papel de la empresa en la sociedad no es el mismo en España hoy que hace 20 años, ni lo es en Alemania como en EEUU.

¿Qué es lo que no nos gusta del capitalismo actual? Los resultados, claro: el paro elevado, el bajo crecimiento de los salarios, el incierto futuro de las pensiones, la competencia de países de mano de obra barata… Algunos críticos saltan de esos resultados a las ideas y valores mencionados: el mercado, dicen, deteriora esas ideas y valores, haciéndonos individualistas, utilitaristas, emotivistas, relativistas...

LAS SOLUCIONES

El problema es que, a la hora de buscar soluciones a estos caracteres, no encuentran mejor remedio que un papel creciente para el Estado, o nuevas formas de participación de los ciudadanos, o medidas populistas… que no pueden garantizar el mantenimiento de las libertades de que gozamos hoy, que pasan la decisión a instancias partidistas y cuyos efectos sobre la eficiencia económica no son adecuados -y no sé qué pensarán sobre su sistema económico los ciudadanos venezolanos que no encuentran en sus supermercados los alimentos necesarios-.

Reconozco que el mundo de las ideas, teorías y valores no se puede separar del todo del de los mecanismos económicos del mercado y la libre iniciativa. Pero debemos hacer un esfuerzo para entender que se trata de dos niveles de análisis distintos, y no buscar soluciones técnicas a lo que son problemas ideológicos, o viceversa.

Nuestras ideas y valores tienen una larga historia, desde los griegos y romanos de hace 40 siglos, hasta la modernidad y la posmodernidad. El debate sobre el capitalismo que vemos en algunos ámbitos académicos pertenece más a ese mundo que al de las realidades prácticas del mercado, la empresa o el sistema financiero. Como decía Keynes, muchos reformadores sociales beben sus ideas de filósofos de los que ya no nos acordamos.