mi hermosa lavandería

Domingos con Modiano

dominical 639 seccion coixet

dominical 639 seccion coixet / periodico

ISABEL COIXET

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El jueves, 9 de octubre, el hombre enfundado en el  impermeable gris tomaba un café en un bar de la plaza Saint-Sulpice. Mientras atravesaba la calle para regresar a su casa, en su cabeza se citaban algunos de sus personajes bebiendo algún licor caducado en una 'guinguette' de las afueras. En la puerta de su domicilio, vio a su mujer llorando con un teléfono móvil en la mano. Se acercó y, alarmado, le preguntó qué ocurría. Su mujer le abrazó. “Patrick… El Nobel. ¡Te acaban de conceder el premio Nobel!”. Él dijo: “A mí… Pero ¿por qué?”. Y a continuación: “Dominique, no demos un espectáculo”. Esta reacción de Patrick Modiano es tan coherente con su carácter, ese que todos sus devotos seguidores conocemos tan bien, que si su familia no hubiera compartido la anécdota, muchos nos veríamos obligados a inventárnosla.

Hace 25 años, entré en una librería en París y en una mesa de ediciones de bolsillo vi un libro delgado con un título que me pareció curioso: 'Villa Triste', y el nombre de un autor, desconocido para mí en ese momento, que me sonó italiano, Patrick Modiano. Compré el libro, junto con otros, me senté en un café y tres horas después desperté de un ensueño: había descubierto a un autor que me ha acompañado desde entonces, un autor del que lo he leído todo, un autor por el que me he peleado con denuedo ante aquellos que siempre le han mirado por encima del hombro. Durante años, la voz del escritor me ha acompañado en todas las circunstancias de mi vida, como un amigo que vive en las antípodas pero al que sientes más cercano a ti que otras personas que viven a tu lado.

Cada año, he esperado una nueva novela del autor con ansia y la he devorado con calma. He sufrido con él en todas sus intervenciones televisivas y he odiado a Bernard Pivot por azuzarle con preguntas que el escritor no sabía cómo contestar. Y sí, me he identificado absolutamente con sus balbuceos, dudas y murmullos. Amo las luces amarillas de sus novelas, sus calles perennemente solitarias de un París que es un producto exclusivamente de su imaginación, los garajes vacíos, los bares donde se reúnen personajes de pasado nebuloso, las casas de las afueras, los encuentros fortuitos, las esquinas por donde avanza la niebla, los pisos vacíos, los cuartos de hotel con mantas apolilladas. Nadie ha sabido perseguir a los fantasmas de su pasado como Patrick Modiano.

Muchas veces me preguntan por qué me gustan tanto sus libros y me viene a la memoria una frase de uno de ellos ('Domingos de agosto') que he hecho mía : “Los domingos, sobre todo por la tarde y si estás solo, abren una brecha en el tiempo. Solo hay que deslizarse por ella”. Como todos sus lectores, me he alegrado enormemente de la concesión del Nobel al escritor, que me pilló leyendo su última y preciosa novela, 'Para que no te pierdas en el barrio'. Dios quiera que todos los fastos que rodean al premio no le quiten tiempo para escribir. Los domingos no serían lo mismo sin él.