ANÁLISIS

Distopía

JOSÉ ANTONIO BUENO

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A nadie le gusta pensar en un futuro peor que el presente, y tal vez por eso usamos mucho más la palabra utopía, un mundo perfecto, que su opuesto, distopía. En una de las más conocidas, 1984Orwell ya nos advirtió de la manipulación que constantemente sufrimos a través del lenguaje oficial. Hoy, 65 años después de la publicación de esa obra, nuestra sociedad se parece peligrosamente a la descrita por el escritor inglés, pues el lenguaje oficial trata de generar un clima determinado. Ocurre, mucho en la política, pero también en la economía cuando esta se convierte en un arma política.

La coyuntura económica actual es mejor que la de hace unos años, de eso no hay duda, pero de ahí a lanzar las campanas al vuelo media un abismo. Sin embargo, el mensaje oficial reitera las bondades de la recuperación para justificar cambios estructurales del Estado del bienestar y para preparar el ya cercano ciclo electoral usando, eso sí, las palabras adecuadas. Cada mes se firman alrededor de un millón y medio de contratos de trabajo, pero no es menos cierto que cerca de otro millón y medio de contratos vencen, lo que lleva a que las cifras netas del desempleo se muevan con lentitud. Tenemos un mercado laboral infectado de temporalidad y precariedad, pero si escuchamos que se crean minijobs nos suena mucho mejor.

Lo primero es salir del agujero, y es mejor trabajar algunos meses o incluso alguna hora que ninguna, pero no podemos resignarnos a que esta sea la norma ni mucho menos el futuro para nuestro país, pues poco a poco se está condenando a un creciente grupo de ciudadanos a la simple subsistencia por la precariedad de su empleo, no por mini ni maxijobs. Ya no son una excepción quienes a pesar de tener empleo viven más cerca de la marginalidad que de la clase media, hasta hace poco referencia y columna vertebral de nuestra sociedad.

Ahora que el Estado se financia casi gratis y España es el país que más crece de Europa, hay que trabajar para evitar que nuestra sociedad acabe pareciéndose más a la latinoamericana que a la europea por sus crecientes desigualdades. Pensar que podemos mantener el Estado del bienestar con una sociedad de quinientoseuristas es una utopía que solo puede llevar a la frustración. Las estadísticas son inexactas por culpa de una economía sumergida que no hay forma, o voluntad, de erradicar, pero es innegable que la gran mayoría de los contratos registrados son temporales o a tiempo parcial. Aunque la naturaleza de algunos trabajos requiere de esta flexibilidad, no es así, ni mucho menos, para la totalidad. Al paso que vamos no hará falta ninguna reforma laboral para incrementar la flexibilidad, pues esta se logrará por la precariedad laboral. ¿Cómo va a reclamar sus derechos quien no sabe si se le renovará su contrato a fin de mes?

Abusando de la precariedad laboral se condena a nuestra sociedad a vivir peligrosamente al día. ¿Para qué estudiar? ¿Para qué esforzarse en el trabajo? Tenemos una bolsa de desempleo juvenil de quienes no acabaron ni los estudios obligatorios para emplearse en la construcción en sus años dorados y hoy están purgando aquellos días de coche nuevo y cubata fácil. Y la actual precariedad laboral puede condenar a otra generación a no tener más aspiración que la mera subsistencia. O actuamos pronto o nuestra sociedad será estructuralmente low cost.