Dispararse en el pie, la opinión de Enric Marín

Por beatífica que sea, el exceso de ideología puede alterar dramáticamente la percepción más elemental de la realidad. Una parte significativa de la CUP ya empieza a entender las consecuencias de esta visión

Los diputados de la CUP Gabriela Serra, Joan Garriga y Anna Gabriel.

Los diputados de la CUP Gabriela Serra, Joan Garriga y Anna Gabriel. / periodico

ENRIC MARÍN

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El proceso soberanista tomó fuerza a partir deL 2010. Años que han coincidido con la crisis del sistema político. El sistema de partidos ha experimentado una mutación muy significativa en España y Catalunya. Lógicamente, esta inestabilidad del sistema de partidos desdibuja su capacidad de representación y dificulta su papel intermediador entre la sociedad y la política institucional. En el caso de la CUP, la distorsión se ha mostrado particularmente visible. Básicamente, por dos motivos: en primer lugar, aceptaron la lógica plebiscitaria del 27-S, pero no han sabido leer las consecuencias políticas del mandato democrático derivado. En segundo lugar, han gestionado de forma endogámica el resultado electoral, sin entender que los depositarios de ese mandato democrático son los miles y miles de electores que les otorgaron su confianza.

Una parte significativa del éxito electoral de la CUP el 27-S se explica por la buena gestión de sus tres diputados en la anterior legislatura. O por imágenes como el abrazo entre Mas y Fernández. Las imágenes son muy importantes en la política actual. Y esa imagen reforzaba la idea de la amplitud de la unidad independentista y el prestigio de la CUP como organización que sabía combinar el radicalismo ideológico y el compromiso político concreto aceptando sus inevitables contradicciones.

PROGRESO SOCIAL Y ÓPTIMOS RELATIVOS

Pero hoy esa imagen ya es una foto de color sepia. Un espejismo. El discurso político y el discurso periodístico tienden a identificar radicalismo con extremismo. Pero, etimológicamente, radicalismo remite a raíz. Por eso mismo el radicalismo culto entiende que el progreso social es el resultado de apostar por óptimos relativos. Los óptimos absolutos, sencillamente, no existen. Y la identificación de los óptimos relativos no está garantizada por ideologías coriáceas, sino por el conocimiento crítico y documentado de la realidad. Por beatífica que sea, el exceso de ideología puede alterar dramáticamente la percepción más elemental de la realidad. Una parte significativa de la CUP ya empieza a entender las consecuencias de esta visión empañada de la realidad.

Sea como sea, esta legislatura estaba fundamentada en un mandato democrático y una mayoría parlamentaria que garantizaba la ejecución de una hoja de ruta pactada entre los diputados independentistas. Como es obvio, una de las claves de bóveda del edificio era la aprobación de unos nuevos presupuestos congruentes con el plan de acción de gobierno. La rotura de la parte del pacto que comprometía a la CUP no deja al presidente Puigdemont otra salida que la cuestión de confianza. En medio está el 26-J con unos resultado previsibles. Y solo dos salidas en otoño. O recomposición de las mayorías parlamentarias o nuevas elecciones. Ambas con el mismo ineludible objetivo: volver a ajustar la representación del Parlament a la voluntad popular.