Pequeño observatorio

Disfraces de vestuario y de palabras

«Nos hemos de volver a ver» es una de las frases más falsas del repertorio social

Detenido un ladrón de pisos turísticos que fingía ser cojo

Detenido un ladrón de pisos turísticos que fingía ser cojo / periodico

Josep Maria Espinàs

Josep Maria Espinàs

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Cuando yo era niño... Suerte de las fotografías que me hicieron, y tengo que creer que aquella personita era yo. Por Carnaval me llevaban al piso del abuelo Massip para que viera los disfraces que pasaban por el paseo de Gràcia. Miraba el espectáculo desde el balcón.

Es curioso el mecanismo de la memoria y el del olvido. Pero eso es otro tema. He pensado ahora en ello cuando he visto en EL PERIÓDICO la fotografía de un ladrón que iba disfrazado. disfrazado de cojo, con el bastón en la mano, el cuerpo echado un poco adelante. Con este disfraz y un objeto metálico había conseguido forzar impunemente más de cien cerraduras de pisos. Algún error debía cometer porque ha sido detenido.

Este hecho me ha llevado a pensar en la capacidad de engaño que tenemos los humanos y los diversos usos que hacemos. No hablo de las estafas económicas, sino los pequeños engaños inofensivos que se practican a lo largo de la vida. Una vida que tiene una dimensión social. Sonreímos simulando satisfacción cuando nos encontramos con una persona por la que sentimos una absoluta indiferencia, e incluso antipatía. «Me ha gustado verte, hacía tiempo que no te veía». La verdad es que no estaría triste si no me la hubiera encontrado.

Reconozco que hay gente –hombres y mujeres– que saben disfrazarse perfectamente de amigos, o de admiradores, y saben fabricar el entusiasmo por el encuentro y pronunciar una de las frases más falsas del repertorio social: «Nos hemos de volver a ver». Y el cómplice del deseo inexistente dice con una repentina energía: «¡Tienes razón, tienes razón!».

Todos usamos, alguna vez, un disfraz que no es malévolo como sí lo es el ladrón que simula ser cojo para robar pisos. El nuestro puede ser un «disfraz» verbal, y un pequeño robo de tiempo, justificado por las normas de la cortesía.

Solo los dictadores se creen con el derecho de hacer callar.