Geometría variable

El diputado de distrito

JOAN TAPIA

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El pasado martes hablaba de la imperativa necesidad de una ley electoral catalana. Es impresentable que más de 30 años después del primer Estatut -que facultaba al Parlament para hacer una ley electoral- todavía esté vigente la transitoria cuarta del Estatut del 79 (puesta como condición por la UCD de Adolfo Suárez), que castiga la proporcionalidad, el principio de un hombre, un voto, ya que un diputado de Barcelona cuesta más del doble de votos (47.500) que uno de Lleida (20.800). Más injustificable todavía es que Catalunya sea la única comunidad autónoma que no tiene ley electoral propia. Y esta es obligada para hacer cualquier referendo según una ley de consultas. El ridículo de aprobar una ley de consultas para reclamar la autodeterminación y de no haber sabido pactar antes la ley electoral propia por la mayoría requerida por el Estatut (dos tercios de los diputados) sería descomunal. Y es una amenaza real.

Pero añadía que había otro argumento tanto o más importante: la desafección actual hacia la política (en Catalunya y en España), que resta legitimidad y eficacia a la democracia. Según el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), la corrupción es el segundo problema para los españoles (41% de encuestados) tras el paro (82%). Y los políticos (26%), son el cuarto. Si sumamos corrupción y políticos -lo que está en la mente de muchos ciudadanos-, encontramos que el 67% se queja y desconfía del sistema político. El sondeo del Centre d'Estudis d'Opinió (CEO) de la Generalitat de la semana pasada da resultados similares. La insatisfacción con la política (33%) no es solo -tras el paro y la economía- el primer problema para los catalanes, sino que preocupa más que la relación Catalunya-España (20%). Y solo el 10,5% cree que la política catalana ha mejorado en el último año pese al proceso y el pacto sobre las preguntas de la consulta. A mayor abundamiento, la encuesta de El País de ayer asegura que el 73% de los españoles (el 80% de menores de 35 años) creen que los partidos «tal como ahora funcionan es muy difícil que puedan atraer y reclutar para la política a las personas más competentes y preparadas».

Una tradición democrática

Una razón de esta desafección es que en España (y en Catalunya) no existe el diputado de distrito de Francia, Alemania, Gran Bretaña o Estados Unidos, las grandes potencias con tradición democrática. El diputado de distrito se debe tanto al partido que lo presenta como a los votantes que lo eligen. Depende menos de las cúpulas y está obligado a conectar con los electores (que lo eligen) e impulsa así la participación. Mientras que los de lista (los actuales) solo deben obedecer a sus direcciones (que los seleccionan y deciden que se vuelvan a presentar) y se convierten en algo similar a funcionarios. Sanear la democracia exige quitar poder a las cúpulas y la forma de lograrlo (no la única) es que los diputados dejen de ser burócratas de partido y tengan la misma libertad, independencia y conexión social que en otros países europeos.

La propuesta de ley electoral del PSC es interesante, ya que permitiría avanzar en ese camino. Siguiendo el sistema alemán (para evitar la falta de proporcionalidad del británico), propone que en casi la mitad de las circunscripciones (58) el elector tenga un doble voto. Con el primero elegiría directamente al diputado de distrito, con el segundo votaría a un partido. Este segundo voto permitiría compensar a los partidos políticos que hubieran sacado menos diputados en las circunscripciones. No se perdería con este sistema la proporcionalidad. Me temo que a varias cúpulas de partidos catalanes (y españoles) -inmersas en duras guerras por el poder bajo capa de grandilocuentes diferencias- les resbale. ¡Sería una lástima!