La religión y el poder

Dioses, rezos y pedacitos de patrias

¿Qué hacer con los restos de Franco y los de las personas no identificadas del Valle de los Caídos?

ilustracion de leonard  beard

ilustracion de leonard beard / periodico

EMMA RIVEROLA

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Hay ideas resbaladizas. Imágenes inasibles que parecen andar solas y que picotean de aquí y de allá y, al final, conforman algo que no se sabe si es mancha o dibujo. 

Este artículo es, probablemente, resbaladizo. Y empieza a más de 37 metros del suelo. En la cúpula de la basílica del Valle de los Caídos. En un mural creado por el artista que firmaba sus obras como Sant-Yago. En realidad, Santiago Padrós, nacido en Terrassa en 1918 y afamado experto en mosaicos. Hombre de una personalidad arrolladora. Licenciado en Filosofía, artista becado en Alemania, viajero, curioso. También combatiente en la guerra civil. A los 18 años se fue al frente… al frente nacional. Acabada la guerra regresó a Terrassa con varias medallas prendidas en su guerrera. "Gran figura, con su barba a lo milanés 1926; con sus ojos fulgurantes, a lo bereber de todos los tiempos; con una inspiración bebida en Múnich o en Bizancio", lo define Eugeni d’Ors en un artículo publicado en 'La Vanguardia' en octubre de 1946. También le arroga la facultad de "recabar para sí la magistratura, el magisterio y la maestría", admirando sus "mosaicos de tradicional esplendor". 

Tanto la guarida sentimental del franquismo como Montserrat han sido utilizados por políticos y adoptados por algunos nacionalismos

Mosaicos con alma española

Pero estamos ahí, a 37 metros de altura. Contemplando unos mosaicos que, según la propia información del Valle de los Caídos, pretenden mostrar cómo el "alma española, encarnada en todas las categorías de hombres y mujeres de la historia patria, sube al cielo para unirse a la Iglesia triunfante". No deja de resultar curioso que Padrós, ese hombre que a los 18 años decidió combatir en el bando franquista, modelara el rostro de San Raimundo de Fitero con unos rasgos calcados a los de Miguel de Unamuno. Sí, el mismo Unamuno que celebró la sublevación militar de Franco y que, ante la barbarie que se ponía en marcha, se arrepintió públicamente. Queda para la historia su enfrentamiento con el fundador de la Legión, Millán Astray, y su sentencia reveladora: "Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha".

Unamuno moriría meses más tarde. Pero el capricho del artista del mosaico quiso que el rostro del filósofo quedase inmortalizado en su obra. Guardián eterno del cadáver del dictador, 37 metros más abajo, y testigo inmóvil del peregrinaje de los nostálgicos del régimen. Muy próximas a su semblante robado, la bandera falangista y la carlista, usada por los requetés.

En catalán

De repente, el artículo se desliza en varios afluentes. Y recuerda que una de las unidades carlistas más laureadas durante la guerra fue el Tercio de Montserrat. Porque en el bando franquista, aunque a veces parece olvidarse, también se hablaba catalán. Y la memoria discurre hasta el día en que los supervivientes de ese tercio subieron a la montaña de Montserrat y entregaron su enseña al monasterio. Otros, los que se quedaron varados en la guerra, también fueron llevados a reposar cerca de la virgen negra. A un mausoleo en el que recibieron sepultura 420 combatientes del tercio caídos en combate. 

Inaugurado el 1 de mayo de 1961, las crónicas del día hablan de emocionada muchedumbre, misa en el monasterio, rezos dirigidos por el abad de Montserrat, ramos de flores y canto final del 'Virolai'. En la cripta del mausoleo, ¡oh sorpresa!, el mosaico 'Ángeles y Cupulín' de Santiago Padrós. El artista no era un recién llegado a la montaña de las oraciones. Sant-Yago también había firmado otras obras en el propio monasterio de Montserrat, en la escalera de las santas y en el baptisterio.

Pero volvamos a esos 37 metros de distancia entre la cúpula formada por más de cinco millones de teselas y la tumba del dictador. Entre ambas, el murmullo de las oraciones, más de una ceremonia que honra a los verdugos y las disputas de la memoria histórica. ¿Qué hacer con esos restos? No solo los robados, los que nunca fueron identificados, sino, especialmente, los que están cubiertos por una lápida de cinco toneladas con una sobria inscripción: Francisco Franco. Entre las posibilidades, se baraja su traslado a la cripta familiar del cementerio de Mingorrubio, en las afueras de El Pardo. Allí reposan los restos de Carmen Polo. Bajo una cúpula de… Santiago Padrós.

Opuestos y similares

Y este artículo sigue deslizándose. Entre mosaicos hechos de estelas diminutas. Entre fragmentos sueltos de historias que a veces parecen opuestos y a veces tan similares. Entre la abadía del Valle de los Caídos, concebida con pecado y guarida sentimental de nostálgicos franquistas, y el monasterio de Montserrat, refugio espiritual de la Catalunya creyente, también la independentista. Ambos utilizados por políticos de diferentes pelajes. Ambos adoptados por algunos nacionalismos. Ambos regidos por monjes benedictinos que aseguran rezar por todos. Y ambos mecidos por el eco de sus escolanías. Voces blancas y hábitos negros.

Y nada está tan lejos como parece. O todo está más próximo. En cualquier caso, es Navidad. Nació Jesús y empezó una historia que son muchas. De rezos y de fe. También de patrias