El dinero ya no vale nada
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
ALBERT SAEZ
Vivimos tiempos paradójicos. Expresiones antaño contradictorias forman parte del lenguaje ordinario. Lo real y lo virtual han pasado de antónimos a pareja de hecho. Hay un “tiempo real” que presupone la existencia de alguno “irreal”. La última paradoja son los tipos de interés negativos. Pagar para que te guarden el dinero y no para que te lo dejen. Matemáticamente, el concepto es impecable pero a la mayoría nos hace chirriar el cerebro. Para entendernos, los tipos negativos podrían llegar a traducirse en dos situaciones altamente paradójicas. La primera sería que los bancos nos pagasen un tanto al mes por darnos una hipoteca. La segunda que tuviéramos que pagar al banco por ingresar nuestra nómina cada mes. Lo primero es altamente improbable, lo segundo lo veremos por la vía del aumento de las comisiones por los servicios que nos prestan. Hasta ahora, las entidades bancarias luchaban por los activos porque su acumulación les permitía mover (prestar) el dinero y obtener un rédito con el que pagaban los servicios que daban a los clientes (custodia, disponibilidad en cajeros y oficinas, pagos a terceros, tarjetas…) y aún se aseguraban un beneficio con el que retribuir a sus accionistas.
El dinero ya no vale nada. El BCE lo presta a los bancos a interés cero. Y las entidades bancarias no encuentran clientes solventes a los que vendérselo. De manera que por la ley de la oferta y la demanda –nos cuesta de entenderlo pero el dinero se compra y se vende como cualquier otra cosa- los intereses están por los suelos. Quienes acumulan la riqueza –sean grandes fortunas o grandes fondos de pensiones- viven un ataque de pánico desde las hipotecas 'subprime'. Han hecho de la solvencia un valor supremo y para garantizarla obligan a los estados a dejar de invertir y a aumentar los impuestos. De manera que la competitividad solo se logra garantizar con costes bajos, especialmente el del trabajo. Y cuanto menos gana la gente, menos solvente es para comprar a crédito ese dinero. Así que, al final, el capitalismo ha dado la razón a sus enemigos: el dinero no vale nada, un drama para una sociedad organizada en torno a él.
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