TRAS EL 1-O

Dilemas difíciles

Después de cinco años de 'procés', y dos años de retórica repetitiva, el techo de apoyo social al independentismo no parece haberse ni 'transversalizado' ni crecido de modo significativo

Dos clientes de un bar siguen el discurso de Puigdemont, el miércoles.

Dos clientes de un bar siguen el discurso de Puigdemont, el miércoles.

PERE VILANOVA

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Cuando una situación política o social se polariza mucho, hasta extremos desestabilizadores, a veces se plantean dilemas de difícil solución, no solo porque en términos binarios ambas alternativas se presentan como negativas, sino porque a veces son dilemas absurdos. La historia nos ofrece muchos ejemplos. Al azar, aprovechando que este año se cumple el centenario de la revolución rusa, se puede revisitar la polémica entre Lenin y Rosa Luxemburgo sobre el dilema entre autodeterminación de los pueblos y lucha de clases.

Es un debate totalmente intemporal, abstracto, de una simplificación extrema, y no se entiende gran cosa visto desde hoy. Pero claro, hoy, en el 2017, jugamos con ventaja, sabemos mucho (de hecho, todo) de cómo acabó aquel debate. Parece ser que Lenin más bien era partidario de la autodeterminación de los pueblos, Rosa Luxemburgo de la lucha de clases, pues según esta, después de la lucha de clases desaparecían todas las contradicciones inherentes al capitalismo, incluida la de la opresión de unos pueblos sobre otros. Sabemos cómo acabó el asunto del dilema, ni una cosa ni otra. Rosa Luxemburgo fue asesinada por un grupo de paramilitares de extrema derecha en enero de 1919, después, cayó la República de Weimar, y después, llegó Hitler. En cuanto a Lenin, la Unión Soviética se encargó de 'resolver' el tema de la autodeterminación de los pueblos, pero fue la Historia quien lo hizo de verdad con la implosión de la URSS en 1991. Fin del dilema.

Otro dilema fue, durante la guerra civil española, el episodio de mayo de 1937. La CNT y el POUM, partidarios de “revolución y guerra”, lo querían todo a una, el gobierno de la República, los comunistas, los socialistas y todos los demás, decían “primero ganar la guerra”, y después ya se verá (porque a tal efecto tenían programas muy distintos). El resultado, aparte de la guerra civil dentro de la guerra civil, fue que ni revolución, ni se ganó la guerra. El desastre subsiguiente no necesita mayor recordatorio. Pero son dos ejemplos útiles de dilemas difíciles, no porque la elección lo sea en términos de mejor solución. Son difíciles por absurdos, la realidad y el contexto del momento permitían a quien quisiera analizarlo llegar bastante deprisa a tal conclusión.

El dilema del artículo 155

Y ahora la actualidad. El dilema para el Gobierno de Rajoy es el artículo 155 sí o no, pero en la práctica no es mucho dilema porque por un lado nadie sabe a ciencia cierta, más allá de la inflamada retórica de Felipe González o Rodriguez Ibarra, o sus contrapartes en el PP, en qué consiste. Mientras que lo que el Gobierno ha ido haciendo hasta ahora es una buena muestra de lo que le queda por hacer, si quiere. Sobre todo si no se repite el grave error de lanzar a la infantería (Policía Nacional y Guardia Civil) sin ningún plan concreto de cómo afrontar una manifestación masiva, pacífica y sin ningún riesgo público inmediato.

A Puigdemont, y a la heterogénea coalición que preside, le convendría elegir la opción menos mala, pues todo lo demás es peor

El 'president' Puigdemont, y la heterogénea coalición que preside, sí tienen un grave dilema, y le convendría elegir la opción menos mala, pues todo lo demás es peor. Después de cinco años de 'procés', y dos años de retórica repetitiva, su techo de apoyo social no parece haberse ni 'transversalizado' ni crecido de modo significativo. Los apoyos internacionales, que eran la rueda de recambio de la ruptura de la legalidad, no han llegado, hasta el Papa les ha dicho que no. Rajoy no necesita apoyos internacionales, los tiene. No se entiende, si en política es esencial el sentido de la maniobra táctica y la gestión del factor tiempo (desde Sun Tzu a Ho chi Minh), por qué resulta que la fecha del 1-O era inamovible, y por qué se empeñan en seguir confundiendo firmeza política con tozudez.