El dilema del 'nuevo' sultán turco

RAFAEL VILASANJUAN

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Todo en Turquía gira en torno a la voluntad y la figura de Recep Tayip Erdogan. Incluso las elecciones que deciden la composición de la Asamblea, porque lo que de verdad está en juego es el futuro de la presidencia y, como consecuencia, el del país.

El partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) llegó al poder hace 13 años abanderando una nueva época de libertades. Erdogan se erigió en la figura capaz de modernizar el país, mantener a los militares en sus cuarteles, relanzar la economía, fortalecer la democracia, iniciar el diálogo con los kurdos y hasta llamar a las puertas de la Unión Europea. La 'revolución del Bósforo' fue anuncio y espejo en el que podrían haberse reflejado las primaveras árabes. Pero todo eso se ha esfumado en una deriva autoritaria.

Si el poder corrompe, el poder absoluto corrompe mas rápidamente. Con todo a su favor, Erdoganen vez de avanzar hacia la modernización del Estado, ha debilitado las instituciones y atacado a sus críticos. Con la fuerza de la mayoría empezó a despreciar la diversidad y la libertad de expresión. El periodismo se ha convertido en una profesión de riesgo y Turquía es uno de los países con mas periodistas en prisión.

ANHELO PRESIDENCIALISTA

En paralelo, junto al discurso nacionalista tradicional, ha ido en aumento una retórica islamista que ha llevado al presidente a reforzar los símbolos y promover una política que desprecia la igualdad entre hombres y mujeres.

La falta de transparencia ha hecho el resto, su traducción en cólera y desilusión llevó a la gente hace cinco mesesa negarle la mayoría que pedía para arreglar la Constitución y convertir Turquía en una república presidencialista.

¿Qué ha cambiado en cinco meses? En su deriva autoritaria, nada. Pero en un clima de fragilidad, acosado por una popularidad menguante, el Gobierno ha alimentado la sospecha de la conspiración, abriendo de nuevo el frente kurdo. A ellos les acusaron de la ola de atentados en Ankara y Estambul de estos últimos meses, a pesar de que la opinión general se los atribuye al Estado Islámico en connivencia con los propios servicios secretos.

La estrategia de Erdogan es conocida: convertirse en el único garante de la estabilidad. Agitar el frente kurdo es la mejor garantía de que se necesitará unGobierno sólido y estable en un contexto de conflictos abiertos en Siria e Irak. Europa lo sabe, pero por si acaso Erdogan se ha encargado de recordar que en Turquía hay mas de dos millones de refugiados y que si vuelve a abrir la puerta, los que ahora pululan todavía sin destino serán muy pocos comparados con la magnitud del problema.

Erdogan seguirá siendo presidente. Su dilema será aceptar que su pueblo no quiera entregarle el poder absoluto o acabar destruyendo el juego democrático para convertirse en el sultán que sueña en sus discursos. Un dilema que no es menor para Turquía, pero tampoco para Europa.