Díganle como quieran pero derecha e izquierda existen

SISCU BAIGES

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El 11 de septiembre de 1789, en la Asamblea Nacional Constituyente francesa se discutía un artículo de la nueva Carta Magna sobre el derecho del Rey a vetar las leyes aprobadas por el Parlamento. Los partidarios de otorgarle este derecho se situaron a la derecha del presidente de la Asamblea y los contrarios se pusieron a su izquierda. Desde entonces, se ha convenido en considerar de izquierdas a los políticos y ciudadanos que quieren cambiar la sociedad en un sentido de progreso y de derechas a los que quieren que nada cambie. A los de izquierdas se les califica también como progresistas y a los de derechas, como conservadores.

En base a esta convención, los partidos políticos se suelen ubicar ideológicamente en una escala que va desde la extrema izquierda a la extrema derecha. Así, tenemos partidos de centro, centro-izquierda o centro-derecha, según si los ideales que defienden oscilan más hacia la revolución o hacia el continuismo.

Es cierto que a menudo partidos que se dicen de izquierdas hacen políticas conservadoras o que a menudo asistimos a pactos entre partidos de ideologías alejadas que ponen en cuestión sus convicciones reales. También lo es que el absurdo sistema bipartidista que funciona en Estados Unidos reduce las distancias ideológicas entre demócratas y republicanos, especialmente en el ámbito de la política económica.

Pero sigue habiendo partidos que defienden los intereses de los más débiles y otros que están al servicio de los poderosos. Estos últimos nunca reconocerán abiertamente que obedecen a los deseos de los grandes financieros, las farmacéuticas o potentes lobbies empresariales. Recurren al argumento de que si los ricos ganan mucho dinero, sus ganancias repercutirán en toda la sociedad porque el propio mercado las redistribuirá. No se lo creen ni ellos. Pero lo dicen. Y muchos que no son ricos precisamente se lo creen.

El éxito de la expresión "casta" utilizada por Podemos para referirse a toda la clase política se basa en esta indiferenciación entre los demás partidos. Pablo Iglesias dice que el juego que divide el tablero entre izquierdas y derechas sólo sirve para que gane la banca. "Lo único que existe de verdad son los de arriba y los de abajo, y los de abajo -los de Vallecas y los de L'Hospitalet- somos muchos más", dijo el secretario general de Podemos, en su mitin en el polideportivo del Valle de Hebrón. En las elecciones municipales de L'Hospitalet, en 2011, además del 18,54% de los electores que se decantaron por el PP, un 7,31% lo hizo por la xenófoba Plataforma por Catalunya. ¿Los podemos poner dentro del paquete de los "de abajo", con los que cuenta Iglesias?

Los partidos políticos defienden ideas diferentes. Unos quieren avanzar, renovar, progresar, y otros, quieren dejarlo todo igual o, incluso, dar marcha atrás. Se le puede cambiar el nombre. En vez de hablar de "derechas" e "izquierdas", podemos hacerlo de "progresistas" y "conservadores". O nos inventamos un criterio cualquiera. De colores, si conviene. Rojos y azules. Pero cuidado con el uso del lenguaje simplificador. La "gente" es muy diversa. El "pueblo", también.

El dictador Francisco Franco también desprestigiaba a los políticos. "Hagan como yo, no se metan en política", solía decir. A mí ya me está bien la convención adoptada a raíz de la votación en la Asamblea francesa en 1789. Creo que al nuevo ministro griego de Finanzas, Yanis Varoufakis el calificativo de "izquierdas" le encaja a la perfección. Aparte de ilusionar a los que se consideran de izquierdas de toda la vida.