Pequeño observatorio

La dictadura de los falsos besos

Hoy la mayoría de besos son un trámite social, ridículos 'morritos' que se lanzan al aire

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Cuando se llega a una cantidad considerable de años, como es mi caso, se puede ver cómo han evolucionado muchísimas cosas. Cada uno de nosotros podría confeccionar un catálogo de desapariciones. Un catálogo particular y personalísimo, claro, porque no hay dos vidas iguales.

Hay quien vive de la nostalgia del pasado, que no es mi caso. Si no fuera un disparate, diría que más bien tengo 'añoranza' del futuro. Pero si me dejo de meditaciones, yo soy un explorador modesto y feliz del presente. Me seduce, por ejemplo, la evolución de las costumbres. Citaré solo un caso, que tal vez no sea insignificante como parece: la apoteosis social del besuqueo.

Yo vengo de un tiempo en el que el beso tenía un campo de actuación muy restringido. «Dale un beso al abuelo», se nos decía. Los matrimonios no solían besarse ante los hijos. Cuando se encontraba con un amigo por la calle, la gente, digamos, burguesa levantaba un poco el sombrero. La persona destinataria del saludo, sobre todo si hablaba en castellano, decía reglamentariamente: «Cúbrase, por favor». ¿Besos en público? Ni hablar.

Mañana vendrá a casa una periodista en prácticas para hacerme una entrevista. Es joven y no la he visto nunca. Lo primero que haremos, una vez abierta la puerta del piso, será intercambiar dos besos. Las cosas van así, y estoy muy contento de que así vayan después de tantos años de besos perdidos.

El beso se ha hecho tan reglamentario que a veces crea situaciones absurdas. Yo soy testigo de una reunión de señoras que, en el momento de despedirse, se perseguían unas a otras preguntando nerviosamente: «¿Ya te he dado el beso a ti?». Como un gesto reglamentario. Un batiburrillo de besos falsos. Besos a media mejilla y mirando hacia allá. Sencillamente un trámite social.

Quiero terminar con una frase de Verlaine, más lírica: «El beso es una rosa trémula en el jardín de las caricias». Siento, poeta, tenerle que decir que hoy la mayoría de besos son unos ridículos 'morritos' que se lanzan al aire.