Pequeño observatorio

La dictadura implacable del calor

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Dicen que un intenso calor puede ser peligroso para los viejos y para los niños. Yo me he sentido afectado por este calor que se ha instalado en todos los minutos de los días, uno tras otro. No he vivido el hecho opuesto: un frío intenso y permanente. He estado en los países nórdicos cuando allí se vivía un verano que, desde nuestra experiencia latina, llamaríamos primavera. Sí que he sufrido considerables calores, y abundantes sudadas, caminando por tierras de Castilla, el Alt Maestrat y otros lugares en las horas más ardientes del día. ¡Terrible inconsciencia, provocada por la implacable disciplina de querer llegar, lo antes posible, al final previsto de una etapa! La primera y única palabra que me escuchó el hombre de un café donde tenía mi meta fue: «¡Agua!». Me bebí una jarra monumental.

Con la edad, parece evidente que disminuye la capacidad de adaptación del cuerpo a las temperaturas muy altas y a las muy bajas. Si no me equivoco, sudar no es malo, al contrario. El sudor es una descarga necesaria de líquidos corporales. Aunque sea una manifestación poco agradable.

«Es verano, y la vida es fácil», canta -en la delicia musical que es 'Porgy and Bess'- una madre a su hijo que está en una cuna. Para ayudarle a dormir. Me ha llegado el momento de necesitar, en alguna ocasión, hacer una corta siesta. Una antigua y sabia tradición. Es como una indispensable 'congelación' de la conciencia, de poner el cuerpo en marcha lenta.

Si sudar es positivo, el hecho es incómodo, y pienso que algo parecido ocurre más allá de las consecuencias de la temperatura. En muchos ámbitos profesionales no se puede progresar sin un esfuerzo ingrato. Hay quien puede decir: «He sudado mucho para llegar donde quería».

La sentencia bíblica que dice 'ganarás el pan con el sudor de tu frente' ya no es, hoy, más que una metáfora para muchos privilegiados. Muchos de los que ganan mucho dinero no han sudado demasiado.

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