Unos hilillos de corrupción
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
ALBERT
Sáez
Dice el presidente del Gobierno del Reino de España que les preocupan «cosas que se han producido que no nos gustaría que se produjeran, (...) unas pocas cosas no son 46 millones de personas». La frase entrará en los anales del diccionario Rajoy del eufemismo político en la que ya se encuentran otras tales como «ese asunto» para hablar del aborto; «un préstamo a interés favorable» para referirse a la intervención del sistema financiero español y, en la cima de sus logros, «unos hilillos de plastelina para designar el mayor vertido de petróleo de la historia de Europa. Don Mariano es así y, por ahora, goza de una mayoría absoluta que le asegura la impunidad.
El drama es que esas «cosas» no cesan de aparecer día tras día. Este lunes volvieron a hacerlo en el entorno de Esperanza Aguirre y siempre en el mismo sentido de los papeles de Bárcenas, «ese señor» en el mundo Rajoy: cobro de comisiones por adjudicaciones de obras o servicios públicos que se reparten a partes iguales entre el partido y los ejecutores de la mordida. Una versión cañí del liberalismo thacherista basada en privatizar los servicios para financiar el partido.
Verdugo o espectador
El drama es la gran trampa que hace Rajoy: entre unos casos que él pretende aislados y culpar a 46 millones de españoles hay un término medio, el Partido Popular. Ahí se focalizan muchas de esas «cosas»: el 75% del último gobierno de Aznar está imputado o investigado, los expresidentes de la Comunitat Valenciana y de Baleares y ahora el número dos de Madrid. Le podemos sumar los tres últimos tesoreros y un secretario general del partido, de momento. No son los 46 millones de españoles sino decenas de cargos del Partido Popular. Cierto que no es el único partido. Pero también cierto que Chaves, Griñán o Pujol ya no están. Y, en cambio, el compañero de piso de Blesa, alias Aznar, sigue vigilando que seamos «libres e iguales».
Tardaremos en saber si Rajoy ejerce de verdugo o de espectador en esta operación destape de la corrupción. Pero sí sabemos que cada plaza que deja libre una víctima la ocupa la vicepresidenta.
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