El día en que murió Cruyff

Una evocación líquida y perpetua de la figura del 'Profeta'

Colau, junto a Danny y Jordi Cruyff, ayer en el Saló de Cent del ayuntamiento.

Colau, junto a Danny y Jordi Cruyff, ayer en el Saló de Cent del ayuntamiento.

JOSEP M. FONALLERAS

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Fue un Jueves Santo muy raro. Lo empecé paseando por Sant Feliu de Guíxols y comiendo unos calamares rellenos, auténticamente santos y gloriosos, cocinados en su casa por la señora Carme Soler. Y lo acabé en Verges, viendo la Dansa de la Mort, el imponente ritual medieval que nos recuerda, a través de unos esqueletos bailarines que todos vamos a tener el mismo final: “Nemini parco”, es decir, “No perdono (la muerte) a nadie”. En medio, se murió Cruyff.  

Aun con el éxtasis de los calamares en el paladar tuve que salir corriendo a buscar un cibercafé (en realidad una tienda multiusos, con cabinas telefónicas y chuches) para escribir deprisa cuatro cosas sobre el Profeta. El otro, también un flaco, el de la Santa Cena celebrada un jueves en Jerusalén, resucitó al tercer día, pero Cruyff tardó un poco más. Lo hizo el 2 de abril, en pleno clásico contra el Real Madrid, con ese minuto 14 en el que todo el Estadi tembló o, mejor aún, latió como late la Bombonera.

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El Jueves Santo es también, en la liturgia católica, el día de la reconciliación y, en consecuencia, en la tarde del homenaje de la afición -"Gràcies, Johan"- ahí estuvieron, no reconciliados pero sí en la misma fila, todos los presidentes vivos del Barça para agradecer la existencia de ese tipo que cambió el paquete de Marlboro por el palo del Chupa-Chups y que cambió el Barça y su historia desde que llegó en el 73. Lo suyo, ciertamente, era cambiar las cosas, ser impredecible, variar el rumbo de las travesías. 

FRASES GLORIOSAS

Como escribió en su día Ramon Besa, “no dominaba ningún idioma y sin embargo le entendían en todos los sitios”. Cruyff se hizo famoso por las jugadas imposibles y por el ímpetu y por la extrema racionalidad (y la locura) que imprimía al fútbol. Y también, claro, por las frases gloriosas (y santas, de tan simples), que solo son comparables a las del viejo Bill Shankly.

Si hay uno que se desmarca muy bien, pues que no lo marque nadie, porque así ya no se podrá desmarcar y, en consecuencia, dejará de ser tan bueno. Eso es justo lo que él hizo en su vida, pero al revés. Se desmarcaba como nadie y nadie pudo ni quiso marcarle (bueno, Núñez quiso, pero no pudo) y, aun así, siguió siendo quien más se desmarcaba, el mejor. 

Ahora se discute el homenaje de verdad, el que va a perdurar. Si tiene que ser de piedra, de cemento o de bronce. Si una estatua en la Porta 14 o si el nombre de Cruyff para el Mini o, como todavía reclama Laporta, para todo el Estadi, enterito. Son tiempos en los que este tipo de recuerdos están pasados de moda o aquejados de aluminosis. ¿Se va a quedar la camiseta de Urdangarín en el Palau? ¿Seguirá llevando el Museu el nombre de Núñez?

Lo mejor es una evocación perpetua y líquida, constante y perecedera. Como el teatro, que se desvanece y vuelve a resurgir. Como el gol de Sergi Roberto, el sexto del 6 a 1. ¿Esa pirueta no les hizo pensar en la de Cruyff ante Reina, un 22 de diciembre de 1973? Bueno, no es lo mismo pero se le parece bastante, ¿no? Esos son los homenajes que le hubieran gustado al 14.