El reto soberanista

El día más largo

Quien quiera una solución deberá pensar en los jóvenes, porque la brecha no solo es ideológica sino generacional

Manifestación en la Plaça de L'Ajuntament d'Igualada:

Manifestación en la Plaça de L'Ajuntament d'Igualada: / periodico

JOSÉ LUIS SASTRE

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El 1 de octubre dura ya tres días, que es durar demasiado. En especial porque toda la política quedó en suspenso a la espera de que pasara cuanto antes como si, al pasar, pudiera mágicamente abrir los caminos del acuerdo. Pero aquí estamos, caídos todos del guindo y en mitad de un escenario cada vez más feo y tenso con algunas claves.

El desborde institucional. El 1-O no tuvo garantías ni censos, se cambiaron las reglas a última hora y no tendrá el reconocimiento internacional. Lo del domingo no se puede considerar un referéndum, pero a las 9 de la mañana del domingo estaba sobre las mesas todo lo que habían prohibido que estuviera: las urnas, las papeletas, los equipos informáticos. Existe una movilización social detrás que lo hizo posible, que desborda incluso el ámbito de los partidos políticos, y que dispuso la organización con un cálculo clandestino que alcanzó desde el municipio mayor al más pequeño. Hay que estar atentos a la calle, que es donde se extiende el 1-O y donde ha captado la atención que buscaba del extranjero. Al Parlament lo dejaron sin actividad antes de la consulta y, ahora que ya ha pasado, el Congreso no tiene prisa en tratar el asunto, a pesar de que no se recuerde una crisis más grave. 

La brecha generacional. A mediodía, con la plaza de la Universitat rebosante, un chico discute con otro sobre si la votación del domingo fue la mejor salida, porque en España no lo entienden. «No quiero que me entiendan en España, quiero que me entiendas tú», le dice. Y en mitad de la multitud, con todos los ruidos tronando, parece que se haga un silencio, como si acabara de romperse algo. Lo que más había en la manifestación de ayer eran jóvenes, señal de cómo en los últimos días ha crecido una brecha que no es solo ideológica, sino también generacional. Quien crea que tiene la solución, debería pensar en los jóvenes, que son los más descreídos. «Ya nos hemos ido», repetían algunos.

La ruptura del bloque. Algo se mueve en Madrid, donde Rajoy todo lo quiere quieto. El PP presumía de bloque junto al PSOE y a Ciudadanos, y al PSOE le aprietan las incomodidades: los socialistas apuntan a la vicepresidenta del Gobierno por la violencia en las cargas policiales. El independentismo no es la CUP y Madrid no es el PP. Albert Rivera se agarra al 155 -lo mismo que el bloque duro del PP-, Rajoy prefiere esperar y Pedro Sánchez manda una señal: puede que haya frentes, pero no unanimidades. Pablo Iglesias insiste al PSOE con una moción de censura que en Madrid parece lejana. Si aún se está a tiempo de una solución, pasará por la diversidad política, tanto en Madrid como en el soberanismo.

La tensión. De todas las claves que están en juego, la más peligrosa es la tensión. Sorprende la Fiscalía en su juicio sobre las cargas, que son las que han llevado el asunto a las portadas de medio mundo. Sorprende que las instituciones no den un paso para calmar los ánimos, que algunos azuzan con declaraciones incendiarias. De todas las claves, esa es la más peligrosa. Y no depende tanto de los policías como de los políticos.