En deuda con nuestra amiga la piel

La piel humana no es desechable, ni nos podemos comprar otra que nos guste más

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Escribo estas líneas cuando ya hace días que tenemos lo que llamamos «buen tiempo». Debo admitir que el problema de quien escribe en casa y tiene que enviar el artículo al diario es que la rigurosa actualidad es imposible. Si hablo del sol de primavera me expongo a que esa mañana el lector tenga que circular por la calle con paraguas. De todos modos, debo suponer que el lector será comprensivo, ya que no puedo aspirar a que el tiempo me lea de madrugada y se adapte a lo que escribo. Aviso, pues, de que he escrito estas líneas una mañana solar y luminosa.

Veo hombres, jóvenes o con bastantes años, que pasan por la calle vistiendo una camiseta o una camisa de manga corta, y uno de ellos lleva en el brazo un tatuaje. Esta semana ya he visto tres o cuatro. Cuando era joven nunca vi una persona tatuada. Seguro que había alguna, pero en ese tiempo el único o casi único tatuaje era el que aparecía en las películas de dibujos protagonizadas por Popeye el marinero. Exhibía un ancla en el brazo. ¿Era habitual, entonces, que los marineros se tatuasen como señal de su oficio? Quizá llevar un ancla en la piel era una especie de carnet de identidad.

Ahora el tatuaje se ha convertido en moda para determinadas personas, pero una moda sin un patrón obligado. Se tatúa un nombre, una palabra, un dibujo de rayas artísticamente combinadas, geométricamente bonitas. El dibujo de un corazón atravesado por una flecha me parece que ha pasado de moda. Pero no puedo dejar de pensar: pobre piel, tan sufrida, tan amiga de protegernos. Sin piel no tendríamos vida. Quizá me gustaría ver unas letras tatuadas, muy pequeñas, que dijeran: «Gracias, piel».

Modernamente se han inventado los adhesivos, que tan útiles son para las actividades personales y profesionales. Los adhesivos los tiramos cuando ya no son útiles. La piel humana no es desechable. Ni nos podemos comprar otra que nos guste más. La piel suave de las caricias, la piel arrugada que nos acompaña en la vejez.