Destruir cultura

Uno de los grandes problemas de la escena catalana, de lo que llamamos el mundo de la danza, del teatro, del circo y de todo lo que sea montar un espectáculo para que un espectador disfrute, sufra, ría o llore, es este: no es que no se den subvenciones, sino que se prometen, se certifican, se publican, y luego, a la hora de la verdad, no se hacen efectivas. Con esta táctica, que algunos podrían calificar como la del avestruz, no se deja de apoyar nominalmente lo que llamamos el mundo de la danza… y etcétera, pero es como si un general enviase a sus ejércitos a la guerra con la promesa de que no sufran por las mochilas, que seguro que estarán llenas de viandas, o por los tanques, que aparecerán en cualquier momento. La cuestión es convencerlos para que vayan a la guerra y, una vez en el campo de batalla, emitir un comunicado según el que no hay ni tanques ni provisiones. Pero la guerra continúa. Venga, no dejen de bailar ni de actuar o de cantar o de hacer el payaso y, sobre todo, el equilibrista. Pero ya veremos cuándo cobrarán.

Después de 27 años,Cesc Gelabert ha tenido que cerrar su taller en la calle de Domènech porque ya no puede soportar más el impago reiterado de las cantidades prometidas. No se rinde, sin embargo. Baila una elegía, unos cortos lacerantes y aún vigorosos grabados en iPhone que son a la vez una despedida y un grito agónico. «Construir cultura es un trabajo de años; destruirla es cosa de un instante».