El segundo sexo

El destino de los libros

Revelar tus secretos a un librero de verdad es tu suerte y tu perdición. Paradojas de todo bibliófilo

CARE SANTOS

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Paseo bajo la lluvia por la Fira del Llibre d’Ocasió, Antic i Modern de Barcelona. Este año llego un poco tarde, porque la Fira está terminando y apenas le quedan 48 horas de vida. Me gusta husmear, tocar, escuchar. Es una experiencia, sobre todo, sensorial. La repito todos los años, como una especie de merecido autopremio que acompaña los primeros días de la escolarización de mis hijos. La Fira me devuelve a mi condición primitiva, a aquello que era antes de convertirme en adulta con gente a mi cargo.

Como cada año, bendigo y maldigo al mismo tiempo la situación de la Fira en el paseo de Gràcia. Es un lugar de paso que no puedes eludir y al mismo tiempo es una avenida endiablada, llena de terrazas, quioscos y grandes calles que interrumpen el paseo sin cesar. Requiere voluntad el solo hecho de cruzar para ver los puestos del otro lado. Cada año añoro otra ubicación, como el parque de la Ciutadella, que solo me parece idílica a mí, porque cuando se intentó terminó en catástrofe.

Leo que los turistas son buenos clientes de la Fira, que se pirran por las postales antiguas y por cualquier cosa que tenga que ver con Gaudí. Me entristezco a recordar que estamos en un país poco lector y que la ubicación de la Fira en un lugar tan inhóspito obedece a ello. También añoro países donde las cosas son diferentes, países con peor clima y mejores horarios, tal vez. La buena noticia, leo también, es que en esta edición –la 64– los expositores de la Fira han aumentado por primera vez en siete años. Ojalá las ventas les hayan compensado las molestias y el año que viene repitamos alegría. Solo quienes hemos trasladado libros sabemos lo que cuesta trasladar libros. Hay que agradecerles a estos libreros el esfuerzo, y aplaudirles el mérito.

UN GRAN BAZAR

La Fira del Llibre d’Ocasió, Antic i Modern –también reniego un poco del nombre, menudo lío de epítetos y comas– tiene mucho de bazar. Por eso me gusta. Uno de esos zocos atestados de objetos, inabarcable, donde en cualquier momento puede aparecer una maravilla. Un lugar del que siempre sales con la certeza de no haber buscado suficiente. Necesitarías varios días para removerlo todo. Siempre habrá algo sensacional que se esconde a tu mirada. Las paradas no son uniformes, como las de Sant Jordi. Ni mucho menos hay en todas lo mismo. Debes mirar bien, entrar, agacharte, tocar los libros, observar los anaqueles para descubrir los dobles fondos, leer uno por uno los lomos alineados sin orden aparente… solo entonces sabrás que ese libro que debía ser tuyo, que era tuyo desde antes de que lo encontraras, estaba ahí.

Hace tiempo que frecuento libreros de viejo y librerías anticuarias. Compro de vez en cuando, menos de lo que quisiera, pero más de lo que debería. Algunos libreros conocen mis gustos y saben qué busco. Todos los bibliófilos, por modestos y caóticos que seamos, buscamos algo muy concreto. El buen librero sabe averiguarlo y sabe ponerte en las manos exactamente el ejemplar que no podrás rechazar. Revelar tus secretos a un librero de verdad es tu suerte y tu perdición. La paradoja de todo bibliófilo.

La compensación de tantas horas de búsqueda es el hallazgo. A veces el feliz ejemplar depara sorpresas inesperadas. La firma o el 'ex libris' de un propietario anterior, por ejemplo, fallecido hace poco, más o menos conocido o rastreable en internet. Una dedicatoria del autor que ni siquiera el librero ha sabido ver. Los libros poseen su propia biografía y cuentan historias más allá de sus páginas. La de aquel que los compró, los amó y los cuidó. La de quienes lo heredaron y se deshicieron de él. Me gusta conocer las historias de las bibliotecas dispersadas. Vladimir Nabokov encontró en Nueva York ejemplares de la biblioteca de su padre en San Petersburgo, con su sello y firma. También adoro las historias de bibliotecas salvadas de milagro. En 1995 se encontró una biblioteca del siglo XVI al derribar una doble pared en un cortijo sevillano. Historias como estas acompañan los libros de la Fira. Feliz quien los encuentre y pueda comprarlos.

Cada vez que compro un libro expatriado me siento como si lo estuviera rescatando. Como quien adopta un perro o un gato que otro abandonó: me digo que lo trataré bien, que lo salvaré para que otros puedan, a su vez tenerlo, cuando yo me agote. Los libros nos sobreviven, y eso los hace aún más inquietantes. Otros heredarán mis 'ex libris' y mis firmas en los ejemplares que amo, algún día mis libros regresarán a una parada de alguna librería, tal vez a este mismo paseo de Gràcia por el que yo paseo bajo la lluvia. Me gusta este ciclo, del que participo.

Ya lo decía Terenciano Mauro, poeta cartaginés del siglo segundo, además de gran bibliófilo: «Los libros tienen su destino». Hoy todavía están a tiempo de cambiar el destino de alguno visitando la Fira del Llibre d’Ocasió, Antic i Modern. Y, de paso, el suyo propio.

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