Desobedecer

Si un gobernante exhorta a sus gobernados a saltarse las leyes socava los fundamentos que legitiman su autoridad y dinamita las normas que garantizan la convivencia

ENRIC HERNÀNDEZ

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La desobediencia es el nuevo mantra del independentismo. El marco mental es de la CUP, fiel a su ideal revolucionario, pero Junts pel Sí lo ha asumido con aparente deleite al sentarse a negociar. Es lógico, pues los programas de ambas listas abogaban explícitamente por la secesión unilateral (proclamación de independencia en un caso, DUI en el otro), que necesariamente implicaría el desacato de las normas en vigor. ¿De qué hablamos cuando hablamos de desobedecer?

"No hacer lo que ordenan las leyes o quienes tienen autoridad", reza el diccionario. Pero bajo la borrasca de malestar social y de rechazo al poder establecido, focalizado en Catalunya en las autoridades del Estado, el concepto de desobediencia ha adquirido ribetes épicos en oposición a obediencia, que ineviblemente se asocia a sumisión. En el relato del independentismo el respeto a la ley se contrapone a la democracia: las normas democráticas de España coartan la voluntad de los catalanes, ergo son intrínsecamente injustas y antidemocráticas,ergo desobedecerlas es una obligación democrática. Este silogismo, dejémoslo escrito, dará graves quebraderos de cabeza a quienes gobiernen Catalunya.

Delitos y faltas

Desobedecer sería que, por orden de la Generalitat, un funcionario conculcara a sabiendas la ley estatal o una sentencia judicial, exponiéndose a penas de prisión. O que los empresarios y autónomos dejaran de tributar a Hacienda y de cotizar a la Seguridad Social para hacerlo ante las instituciones análogas que cree la Generalitat, con riesgo para su patrimonio y sus trabajadores.

Desobedecer es saltarse el semáforo en rojo, colarse en el transporte público sin pagar, apropiarse de bienes ajenos, ejercer la violencia para imponer la voluntad propia al prójimo. Solo que el Estado de Derecho, democráticamente edificado para proteger los derechos y libertades de todos los ciudadanos, tipifica tales desobediencias como delitos y faltas. Si un gobernante exhorta a sus gobernados a saltarse las leyes no solo socava los fundamentos que legitiman su autoridad; también dinamita las normas que garantizan la convivencia. Y esa es la antesala de la barbarie.