La moda y la igualdad entre sexos

El desnudo y lo elemental femenino

Abusar de la propia anatomía fuera de contextos razonables no ayuda a la dignificación de la mujer

ANTONIO SITGES-SERRA

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No crean que el desencadenante de este artículo haya sido el giro intelectual de la revista 'Playboy' ni menos aún las recientes quejas de algunas 'celebritis' contra el Photoshop. No, mi atención al desnudo femenino obedece a causas más cotidianas y próximas, al alcance de cualquier observador avisado. La tradición occidental ha tratado la representación de la mujer desnuda con mayor o menor visibilidad según tiempos y creencias. A mi juicio, su hito fundacional corresponde a la 'Venus de Milo', escultura que consagra no tan solo un tema que se convertirá en clásico a lo largo de los siglos sino que, en cierto modo, establece un canon de belleza, quiero decir de la Belleza ideal tal como la pensó Platón.

 Al paganismo grecorromano le sucedió el recato medieval, a este el Renacimiento que desvistió a Eva y encontró en la mitología griega tema y excusa para los primeros toples cristianos; al 'Cinquecento' le siguió la pintura arcádica con cientos de Dianas, Venus y Musas en pelotas más o menos explícitas. Luego llegaron Canova, Goya, Manet y poco más tarde fue el acabóse con el vello pudendo a cargo de Courbet y Modigliani. El siglo XX explotó hasta la saciedad el desnudo de mujer no solo en las artes plásticas tradicionales sino también en la fotografía y en el cine.

El tema, en sus mil variantes, ha sido perpetrado y alabado fundamentalmente por hombres: los varones nunca han dejado de extasiarse ante el cuerpo de la mujer, no solo por su elemental atractivo erótico sino por su esencial belleza, su armonía y proporción que, de algún modo, cosifica y materializa la añorada 'harmonia mundi'.

Con el feminismo, la óptica se complica un poco por las denuncias, tantas veces justas, de objetivación del cuerpo de la mujer, por su uso mercenario para fines publicitarios o libidinosos. El primer feminismo resulta más bien recatado. Eso no impide que con las primeras reivindicaciones de igualdad apunte también el exhibicionismo. La liberación de la mujer no solo se asocia a su derecho a la misma tasa de infidelidad que el varón, al mismo salario o su derecho a compartir tareas domésticas, sino a una progresiva ligereza del vestir.

Primero fueron el toples playero en la Côte d’Azur y la minifalda londinense y de ahí hemos llegado a una eclosión sin precedentes del exhibicionismo protagonizado por jóvenes desacomplejadas que utilizan su piel y sus bellas anatomías para reivindicarse sobre los escenarios, en las redes sociales o en la política convirtiéndose en 'rol model' para nuestras gregarias adolescentes que parecen ignorar la diferencia entre ropa interior y exterior. ¡Y para las no tan adolescentes!

CONTEMPLACIÓN A DISTANCIA

 De un tiempo a esta parte, por ejemplo, los vídeos musicales rivalizan en abreviar la vestimenta femenina. El 'pornopop' es hoy un amasijo hortera de coreografías kitsch, tetas rebosantes y ritmos fungibles, solo apto para mirones empedernidos. Actrices, modelos y 'celebritis' de todo pelaje se fotografían (o se dejan fotografiar) en pelota picada y se cuelgan en las redes compitiendo por los retuits por el mero placer de ser contempladas a distancia o con excusas dudosas tales como la oposición a la caza de ballenas o al 'fracking'. El así llamado 'pornofeminismo' defiende abiertamente la prostitución y la provocación erótica como formas de libertad y reivindicación identitaria. Femen da color a la protesta política con senos y genitales al aire de muchachas estupendas cuya alegría por el estriptís no cuadra con la gravedad de las injusticias que denuncian: un pobre 'remake' del lienzo de Delacroix. Las 'free nipple', con la Willis y la Cyrus al frente, abogan por la naturalidad de la protrusión del pezón –cuando no del toples urbano, sin más– reivindicando la igualdad de tratamiento para los tórax de ambos sexos.

 Yo no veo claro que el desvestirse sea congruente con la promoción de la equidad entre sexos o con romper tabús trasnochados. Usar la propia anatomía como instrumento de publicidad, reivindicación o protesta me parece una concesión a la concupiscencia masculina y a la mercadotecnia, una regresión a lo elemental femenino pero no para el amor o el arte, sino para lograr un récord de visitas en Youtube y ganar buenos dineros cautivando miradas rijosas.

No vean en este alegato una posición pacata o contraria a la libertad de vestir. Todo lo contrario: celebro el pluralismo y la búsqueda de un estilo propio que poco tienen que ver con las modas minimalistas y uniformadoras a la que tantas muchachas sucumben. Sinceramente, creo que abusar de la propia anatomía fuera de los contextos razonables no contribuye precisamente a la dignificación de la mujer y que convertir el sujetador en prenda decorativa o marcar el monte de Venus con unos 'ultrashorts' ceñidos aporta poco a la equidad entre sexos.