La clave

Desnudo en el Congreso

JUANCHO DUMALL

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La protesta en la tribuna del Congreso de tres activistas de Femen que aprovecharon la intervención del ministro de Justicia para clamar, con los pechos al aire, contra la reforma de la ley del aborto recorrió ayer el mundo entero a través de las redes sociales y de las webs de muchos diarios, y hoy será portada en muchas ediciones de papel, como la de este periódico. Pocas veces queda al descubierto con tanta claridad que en el mundo globalizado de la información instantánea una imagen impactante tiene una eficacia como medio de agitación social muy superior a la de una colección de sesudos editoriales.

Lo sabían las tres mujeres que ayer decidieron utilizar el desnudo para internacionalizar la denuncia de que en España va a aprobarse una ley claramente regresiva sobre el aborto. De hecho, la organización Femen tiene teorizado que el uso del desnudo es un mensaje en sí mismo. El cuerpo de la mujer, mancillado en todas las culturas a lo largo de la historia, es utilizado como vehículo reivindicativo. Y eso multiplica el eco de la manifestación.

La soberanía nacional

Protestar dentro del Congreso de los Diputados está prohibido. El artículo 497 del Código Penal establece penas de entre seis meses y un año de cárcel por «perturbar gravemente el orden de las sesiones». Por eso las activistas, que sin duda lo sabían, fueron desalojadas, identificadas y  puestas a disposición judicial. Pero dicho esto conviene no ver el episodio solo como una alteración del orden público. Ni mucho menos exagerar la nota con expresiones como las utilizadas ayer por diputados del PP que hablaban de una acción «repugnante», «patética» y «fanática». Tampoco el ministro Ruiz-Gallardón se quedó corto en los aspavientos al decir que la protesta de esas tres mujeres era un «atentado contra la soberanía nacional».

Lo cierto es que los gritos de LaraInna y Pauline constituyen toda una denuncia -ilegal, es cierto- de un Gobierno reaccionario que desde su mayoría absoluta está legislando en un asunto que no levantaba ningún rechazo social, solo movido por las presiones de la Iglesia católica.