La rueda

Desconexión o independencia emocional

La secesión en el ámbito de las emociones tampoco tiene ya marcha atrás

NACHO
Corredor

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Sorprenden las reacciones políticas y mediáticas que ha habido en el conjunto de España a la masiva manifestación del 11-S en Barcelona. O ignorancia, o beligerancia o pasividad. Decepciona que el presidente del Gobierno no haya abierto la boca tras ver que una parte significativa de la población de su país sigue manifestándose de forma continuada, y repugna que parte de su comparsa mediática haya aprovechado una vez más para escupir su bilis contra quienes decidieron el jueves salir a las calles.

En un intento por empatizar, Fernando Berlín le preguntaba ayer a Carod Rovira en La Cafetera de Radiocable por qué no confiar en un cambio de mentalidad de los gobernantes españoles sobre Catalunya, si en pocos meses se ha conseguido que esté en boca de todos hablar de reforma constitucional. Tan importante y tan insuficiente. Pese a ser la única solución posible ausente de conflicto -y también por ello la más deseable- convendría que el PSOE no mostrara pasividad ante el desprecio con el que en los últimos días (y las próximas semanas) se ha hablado de una parte importante de la población.

Discutir a estas alturas sobre qué es lo que desencadenó el debate que hay sobre la mesa, y quién es o no responsable, es solo un ejercicio de literatura. Sobre todo porque el tema ya no es solo que se separe una parte del Estado, sino que la independencia que muchos reclaman se ejecute por la vía de los hechos en el plano emocional. Por ello, quienes defienden que es posible un marco de convivencia -y no los independentistas- son los que deberían tener más prisa. Si un proceso de secesión tiene consecuencias irreversibles, la desconexión (o independencia) emocional que están viviendo varias generaciones de ciudadanos de Catalunya en relación al conjunto de España tampoco tiene marcha atrás.