La convulsión catalana
Desconectar de la desconexión
El 'procés' nos ha proporcionado más emociones que cualquiera de las series que seguimos
Ángeles González-Sinde
Escritora y guionista.
ÁNGELES GONZÁLEZ-SINDE
Hace mes y medio que no prestamos atención a otra noticia que no sean las del procés. Lo apoyemos o no, el nacionalismo ha conseguido su objetivo: que nuestra mirada se dirija hacia dentro. Como en un partido de pimpón, nuestros ojos van de un lado de la mesa a otro, siguiendo la bolita, que en este caso es la Constitución. Con el mismo sonido hipnótico sobre el tablero, hemos pasado por encima del nuevo informe de la pobreza en España, del atentado en Nueva York en el que han muerto cinco hermanos de lengua y de cultura, turistas como podríamos ser nosotros pedaleando por Manhattan. Hemos ignorado los nuevos pasos en los juicios de la Gürtel, de las tarjetas black, de la corrupción en cualquiera de sus formas. Hemos dejado de fijarnos en los recortes y la precariedad laboral, las mermas en salud, en educación, en atención a los dependientes. Esto por mencionar solo algunos asuntos que no pueden esperar.
Engancha porque es un relato no escrito
Nuestra atención está desviada a las pantallas del ordenador, de nuestros teléfonos o del televisor. Con su sucesión de comparecencias y momentos históricos retransmitidos en vivo y en directo, el procés nos ha proporcionado más emociones que cualquiera de las series que seguimos. Sé de lo que hablo, porque soy guionista y no podemos competir con el procés. El procés engancha porque no es un relato escrito. Eso hubiera sido un fracaso en esta era en que vamos perdiendo el hábito y la capacidad de leer. El procés es un relato audiovisual de muy fácil seguimiento, con sus malos y sus buenos (cada cual que elija los suyos); con un conflicto que se capta a la primera porque no tiene matices: ser libres o estar subyugados, oponerse a la ley o acatarla; con una trama llena de giros inesperados y un ritmo endiablado que no da tregua. Además, los guionistas del procés, ayudados por jueces, fiscales y Gobierno central, cierran cada episodio con un cliffhanger, es decir, con un continuará al borde del abismo. Ningún paso se resuelve en sí mismo, sino que deja la resolución pendiente para otro día.
Los ‘indepes’
saben que la imagen deslumbra y parece la verdad, y por eso planifican mejor su puesta en escena que su programa político
Ya éramos antes uno de los países del mundo con más consumo de datos y mayor implantación de smartphones y tabletas (¡felicidades, compañías de telecomunicaciones y tecnológicas!). A diario invertimos horas mirando nuestros dispositivos en cualquier sitio a cualquier momento, solo faltaba el contenido adecuado. Tengo la impresión de que nuestra propia adicción ha alimentado y engordado al monstruo que hoy a su vez nos devora. Ni los mismos líderes indepes se debían esperar semejante taquillazo, pero sus andanzas constituyen una saga mejor que las que vemos en los canales de pago, porque las emociones son reales, y la sangre que se derrama, la nuestra.
Los guionistas sabemos que entre una buena pelea y una conversación reposada, el espectador prefiere la primera. Por eso los tertulianos se chillan, se faltan. En la saga del procés también los dirigentes políticos discuten. Sin necesidad de reunirse, ni de admitir preguntas de los periodistas, sus monólogos entran en conflicto unos con otros y el editor de los informativos hace el resto. Convenientemente entrenados por sus asesores de comunicación, ya solo hablan con titulares, frases cortas y contundentes. El procés parece escrito por un Aaron Sorkin español en diálogos brillantes y punzantes que, como me decía un amigo, si nuestro novio o nuestra jefa nos los dijeran en la vida real nos echaríamos a llorar, porque duelen.
Un relato incompleto por su naturaleza
Y llanto es lo que han provocado en miles de ciudadanos este mes. Haber concebido el relato de la saga independentista dentro del género audiovisual ha sido una opción muy calculada. La imagen es poderosa, no porque diga más que mil palabras, sino por lo contrario: porque la visión invade, contaminando, por así decir, otros sentidos. Desarmar o cuestionar una imagen es más difícil que desarmar un texto. Hay que dar un paso atrás, mirarla desde lejos y poner voluntad para interpretarla antes de asumirla. La imagen deslumbra, es inmediata, parece que no tiene autor, que es la verdad. La escritura, en cambio, implica que hay un mediador. Los indepes lo saben, por eso han planificado mejor su puesta en escena que su programa político: dónde me hago la foto y cómo la hago, cuándo suelto esta imagen y cuándo genero otra.
La cuestión es que los relatos audiovisuales son, por su propia naturaleza, incompletos. El componente fotográfico, ya sea de imagen en movimiento o fija, nos hace creer que aquello es la realidad, pero ¿lo es realmente? En el mejor de los casos será una parte, no toda, pues cuando elegimos encuadrar por fuerza dejamos fuera otras cosas. En el caso de esta saga, otros personajes que no tienen acceso a las cámaras y pueden aportar sensatez y soluciones. Lo que les propongo es que nos separemos de lo que vemos y procuremos, de aquí al 21 de diciembre, leer más y conectarnos menos.
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