El epílogo

Derecho a discrepar

ENRIC Hernàndez

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Según el último barómetro del Centre d'Estudis d'Opinió (CEO), realizado tras el recorte del Estatut, la manifestación del 10-J y el triunfo electoral de CiU, un 24,3% de los catalanes apuestan por la independencia. Un porcentaje digno de tener en consideración, pero no menos que el 70,6% que prefieren seguir en España, sea esta un Estado autonómico (33,2%), federal (31,9%) o centralista (5,6%). Si nos remitimos a las elecciones del 28-N, el peso de los partidos sinceramente indepedentistas se reduce al 11,5%.

Es en este contexto, que de vez en cuando conviene recordar, en el que varias entidades cívicas han promovido las consultas sobre el derecho a la autodeterminación, que concluyen mañana en Barcelona. Defienden los organizadores, y no les falta razón, que nadie puede privar a los catalanes del derecho a votar en una consulta independentista, al carecer esta de validez jurídica. Y proclaman con orgullo su total autonomía respecto de los partidos políticos.

Por eso llama la atención la escandalera que se montó ayer cuando este diario recordó en portada algunas obviedades: que votaciones como la de mañana pueden tener un sentido cívico o lúdico, pero que en una democracia las grandes decisiones se toman en las elecciones. O que son los representantes de la soberanía popular quienes, al someterse al veredicto de las urnas, deben aclarar si trabajarán para que Catalunya tenga Estado propio o para hacerse más propio el Estado que es España. Después, la aritmética parlamentaria hará el resto.

La mayoría social contraria a la independencia no se siente violentada por la minoría que alienta las consultas; por tanto, esta tampoco debería hacerlo cuando se expresan ideas que no coinciden con sus anhelos. Si una opinión es tachada de «consigna abstencionista», ¿cómo definir el abordaje de ciudadanos en la calle para conducirlos a la urna?

La libertad de expresión

Como el voto, la libertad de expresión conforma uno de los pilares básicos de todo Estado de derecho. No es sano invocar la democracia para poder ejercer un derecho y luego negar lo propio al discrepante.