El hijo de la peluquera

Denis Suárez se abraza con Messi después de marcar el segundo de sus dos goles a la Real Sociedad.

Denis Suárez se abraza con Messi después de marcar el segundo de sus dos goles a la Real Sociedad. / periodico

DAVID TORRAS

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Delante de la peluquería de Salceda de Caselas, había un crío que se pasaba el día dándole a la pelota. Apenas tenía 4 años y ahí estaba horas y horas, chutando contra la macetas. Más de una vez salían volando. No había manera de contenerle. Hasta que un día, la peluquera, su madre, decidió ahorrarse más destrozos y siguiendo los consejos de un cliente se lo llevó al pueblo de al lado, Porriño, donde había un equipo de niños. Era el más pequeño y le ponían de lateral. 

Su madre tenía doble trabajo, arriba y abajo en coche, y se las ingeniaba como podía. Paraba a la gente y les decía: ‘¿Os quedáis en la peluquería un rato que tengo que llevar a Denis a Porriño?’ Sí, aquel niño gallego tiene ahora 22 años y juega en el Camp Nou, al lado de Messi, que en cuatro días ha corrido a abrazarle tres veces. El 10, el mejor, celebrando sus goles, el de Eibar y el 1-0 de ayer, casi como dos fotocopias que le dieron al Barça el respiro que necesitaba antes del vendaval.

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Después, marcaron los otros, los de siempre. Pero, al final, volvió a aparecer él. Messi regateó a cuantos se le pusieron por delante y por el rabillo del ojo vio la carrera impetuosa del chico que no quiere dejar pasar de largo la ocasión de su vida, y Leo le filtró la pelota, en un gesto de confianza que dice mucho y que es más que una simple asistencia. Cuando Messi corre hacia puerta no se la pasa a cualquiera. Y ahí apareció Denis, lanzado, y dejó a Rulli plantado como un tiesto, en un recorte seco, como si estuviera en las calles de Salceda de Caselas.

La Real se le da bien. Ya le metió dos goles con el Villarreal. Pero entonces no corría Messi a abrazarle. Ni Suárez. Ni Neymar. El tridente entero rodeándole, y el Camp Nou aplaudiéndole, en una imagen con la que había soñado muchas veces. «Con Messi tengo una conexión especial», aseguró, en una confesión que tiene más valor que un saco de goles.          

Denis Suárez, el chico de aire tímido que ha hecho realidad ese viaje imposible que casi siempre es volver al Barça, anda haciéndose un hueco sin levantar la voz, ajeno a la presión que supone escuchar según que cosas. Para bien, entre los que le ven como la pieza más parecida a Iniesta, y para mal, con las miradas de desconfianza que despiertan entre algunos culés los jugadores fríos. Lo es, pero tiene algo dentro que le lleva a rebelarse. Ni que sea por las vueltas que ha dado y el frío que pasó en Manchester. O el recuerdo del día que con 15 años debutó en Segunda B con el filial del Celta contra el Alavés y en cuanto se puso en la banda izquierda, el lateral, un veterano treinteañero, le soltó: «¡Como pases por aquí, te rompo las piernas!».

Tuvo miedo, vaya si solo tuvo, y no lo esconde. Mucho más del que puede sentir en el Barça por el peso de la presión. No parece que el Camp Nou le imponga. Más bien da la sensación de que juegue con la misma alegría que cuando lo hacía rompiendo macetas delante de la peluquería. Pero ahora que en el pueblo ya no es el Denis de siempre sino Denis Suárez («me da rabia y no me gusta porque sigo siendo el mismo»), juega con Messi.