Análisis

Democracia y transparencia

La medida de Tsipras es una señal adicional de la necesidad de ir sincronizando la política y la economía

PERE VILANOVA

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Al final resultará que la buena vieja democracia política es el paso obligado para navegar en las aguas turbulentas de una crisis económica profunda y supranacional. En efecto, el hecho de que el primer ministro griego, Alexis Tsipras, decida recurrir a las elecciones anticipadas es significativo. No porque en sí mismo eso vaya a resolver la dimensión económica y social de la crisis, sino porque es una señal adicional de la necesidad de ir sincronizando economía y política.

Ya sabemos que las dolorosas decisiones económicas de las que ha sido objeto Grecia venían de arriba (y no precisamente del cielo). Pero han tenido que ser sancionadas y avaladas por las instituciones griegas (Gobierno y Parlamento), hasta el punto de aparecer formalmente como peticionarias de tales medidas. Pero es que resulta que sin este escenario todo se hunde, y no solo en Grecia. A menos que regresemos a una Europa propiamente feudal, donde quien detenta todo el poder puede imponer tal o cual sanción o castigo a tal o cual territorio o categoría de la población, el entramado europeo comunitario (y en particular la Eurozona) necesita algo vital: legitimidad. La legitimidad no solo consiste en que las decisiones que unos toman y otros aceptan tengan una dimensión legal (y obligatoria). Consiste igualmente en que se deriven de la escenificación de un pacto, de un consentimiento. Aunque en el fondo disguste a muchos, en este caso a casi todos.

Lo que ha hecho Tsipras tiene su mérito, y no basta con decir: «Que lo hubiera aceptado desde el primer día». Esto esconde el hecho de que varios gobiernos griegos anteriores a Syriza aceptaron desde el minuto uno (y hablamos de los años que van del 2010 al 2014) todas las imposiciones de arriba, y el resultado fue que cuando Syriza llegó al poder en el 2015 la situación de Grecia era un 100% peor que en el 2010. Lo que ha hecho Tsipras, a trancas y barrancas, es un equilibrismo al borde del precipicio: intentar mejorar unas condiciones que sabía que acabaría aceptando, y a la vez ensanchar la base de apoyo social a su difícil decisión. En su horizonte inmediato, eso comporta sacrificar algo del mensaje con el que llegó al Gobierno, para evitar que empeore aún  más la situación de los ciudadanos griegos.

La lección por aprender, y que no sabemos si alguien aprenderá, es que los griegos han pagado muy cara su parte de responsabilidad en lo sucedido en los años que van del 2002 al 2010. Pero esas decisiones no las tomaron ellos, las tomaron los gobiernos irresponsables de aquellos años,  que falsearon datos a cambio de una prosperidad fugaz y ficticia, y ocultaron la verdad a todos: a los griegos y a  las instituciones europeas (además del FMI). ¿Deben pagar los ciudadanos por lo que han hecho sus gobiernos con total opacidad? En democracia, lamentablemente, sí, aunque sea moralmente injusto.

El adelanto electoral es arriesgado, sobre todo en un país que ha tenido muchas elecciones a destiempo en estos últimos años, pero intenta aportar dos cosas en beneficio  de la sociedad griega: asociar a la ciudadanía a compromisos complicados e inevitables impuestos desde fuera, y gobernar con más transparencia. Sobre todo cuando las cosas van mal. Al final la lección griega es que no basta con elecciones, la democracia necesita también transparencia.

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