Del plasma a la 'platocracia'

ENRIC HERNÀNDEZ

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En televisión, la barrera entre información y entretenimiento se ha diluido. Las audiencias mandan. En política, la frontera entre responsabilidad y banalidad, también. Mandan las encuestas. Los candidatos miden sus declaraciones políticas y liman las aristas de sus programas para no espantar a ningún sector del electorado. Pero, al mismo tiempo, están dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de asomar la cabeza en los platós televisivos con mayores cuotas de pantalla. Bienvenidos a la 'platocracia'.

Mientras TVE, pionera en los debates televisivos, arrojaba la toalla, La Sexta ha sabido convertir la discusión política en un espectáculo de masas. El PP de los recortes sociales, del rescate de Bankia y de la Gürtel no supo leer la jugada: renunció a la batalla catódica, y el espacio que abandonó acabaron ocupándolo personajes fogueados ante las cámaras como Pablo Iglesias o Albert Rivera. La muralla de plasma tras la que se ocultó Mariano Rajoy le ha pasado factura electoral, contribuyendo a debilitar aún más el bipartidismo.

Para humanizar su figura con vistas al 20-D, el presidente anda ahora de gira por los programas deportivos de la radio, charlando con Vicente del Bosque, transmutándose en afable comentarista de fútbol o afeando en antena el desparpajo de su hijo. Una senda ya recorrida por Pedro Sánchez, Rivera o Iglesias, e incluso por Soraya Sáenz de Santamaría con su famoso baile en 'El Hormiguero'.

Es lógico que, junto a las fórmulas convencionales de comunicación, los candidatos exploren canales más directos como las redes sociales o los 'shows' televisivos, con audiencias escasamente interesadas por la política. Nada que objetar. El riesgo es que den prioridad a las comparecencias políticamente menos comprometidas y rehúyan el escrutinio periodístico de sus palabras y sus actos.

El prestigio de la política

Rendir cuentas ante el electorado, mediante debates abiertos o a través de los medios de comunicación, no debería ser un gesto gracioso de los políticos, sino un deber democrático. Convertir la campaña en una sucesión de gags televisivos no es el mejor modo de prestigiar la política.