Al contrataque

Del desalojo a la ocupación

Colau se atrevió a decirle a los suyos: "Echadnos si no hacemos lo que dijimos". Que no le quepa duda que los suyos lo harán

JORDI ÉVOLE

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Hace cuatro años el Barça también ganó la Champions. Un día antes de ganarla, el conseller de Interior de la GeneralitatconsellerFelip Puig, dio la orden de desalojar a los indignados de la plaza Catalunya. Alegó motivos de seguridad, por lo peligrosísimo que podía ser que coincidiesen en el mismo espacio los indignados con los seguidores del Barça que irían a festejar el título. El desalojo dejó imágenes brutales. Todo esto sucedía cinco días después de que Convergència i Unió ganase por primera vez las elecciones en Barcelona. Han pasado cuatro años. Solo una legislatura. En Barcelona CiU no ha vuelto a ganar. Y Puig hoy es conseller de Empresa i Ocupació (con c no con k). Ya no puede dar ninguna orden de desalojo. Y si la diese, ahora ya no tendría que ir a una plaza, sino a los ayuntamientos. Porque el espíritu de los indignados de plaza Catalunya es el que se ha colado en muchos consistorios.

Durante estos cuatro años hemos visto como en Catalunya muchos pretendieron que la indignación del 15-M fuese absorbida por el proceso soberanista, que lo inundaba todo. Y en parte lo consiguieron. No hay más que ver la capacidad de movilización que han tenido los independentistas y la poca que se ha visto en manifestaciones contra los recortes en sanidad y educación, especialmente sangrantes en Catalunya. Claro que las manifestaciones de carácter social nunca contaron con apoyo del aparato propagandístico y mediático de ningún gobierno. Este panorama era ideal para los partidos en el poder: el incómodo descontento social se canalizaba en una sola causa, el soberanismo, a la que el Govern no solo se sumaba si no que también quería -y quiere- capitalizar.

La estraña 'x' de la ecuación

Pero una x extraña se ha colado en la ecuación de la política catalana: las candidaturas en comú que en su ideario han dejado en segundo plano el independentismo -sin renunciar al derecho a decidir- y han colocado la lucha contra la desigualdad como objetivo. El sábado la simbólica plaza Sant Jaume se llenó de gente ilusionada. Una movilización donde la bandera estelada no era la protagonista. Donde el grito no era «in, inde, independència», si no que se coreaba el «sí se puede». La imagen preocupa en muchos despachos, no solo en Catalunya. También en Madrid. Cuando en la ecuación solo estaba el factor nacional todo les resultaba más fácil. A los de aquí y a los de allí.

Ada Colau se atrevió a decirle a los suyos: «Echadnos si no hacemos lo que dijimos». Que no le quepa duda que los suyos lo harán: son la parroquia de votantes más autocrítica que hay. Pero que tampoco le quepa duda de que si hacen lo que dijeron, los que la intentarán echar serán los mismos que desalojaron la plaza Catalunya hace cuatro años. Los mismos que han tenido siempre la sartén por el mango. Y que tampoco ahora quieren soltarla.