La clave

Dejen entrar y dejen salir

BERNAT GASULLA

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Pocas cosas hay tan irritantes para el transeúnte urbano que encontrarse con un grupito que acaba de salir de un edificio montando una tertulia en la puerta de entrada y, como es lógico, bloqueando el paso. No hace falta que sea un grupito. Basta con que una sola persona se quede parada al cruzar el quicio de la entrada para que nadie pueda entrar ni salir.

Hay quienes montan la charleta, otros aprovechan para prender el pitillo, y tampoco faltan quienes se paralizan como si de repente se hubieran visto infectados por el mal que causó estragos enLos últimos días, la película más reciente de los hermanosPastor.

Tampoco hace falta que sea en las salidas de edificios. El irritable transeúnte urbano se topa con estas estatuas humanas en las salidas del metro, el bus, los coches, los cines... Es como un síndrome, si no un complot orquestado por una mente tan superior como perversa, que dificulta la normal renovación de quienes ocupan determinados inmuebles o servicios.

Reino de mediocres

¿Y saben qué es lo peor? Que estos tapones en las entradas/salidas de los edificios no son solo un malestar para el transeúnte que tiene la suerte (o desgracia) de caminar por la ciudad en pleno agosto. Uno sospecha que encierran la metáfora de uno de los males de la sociedad contemporánea, agravado por la crisis.

En etapas como la que vive ahora el mundo y especialmente países como España, se corre el riesgo de convertirse en el reino del mediocre. La pérdida de valores seguros que sustenten la vida privada y la pública paraliza el riesgo, el movimiento, la experimentación. Es el tristemente célebre «que me quede como estoy» llevado al paroxismo. Aquí no se mueve nadie, y, como conclusión, no entra ni sale nadie. Y siempre con la crisis como excusa. Integrantes de empresas privadas y públicas, partidos, organizaciones --gubernamentales o no--, medios de comunicación y entidades de todo tipo han taponado la entrada, paralizados por el pánico a perder los beneficios de antaño. Si no nos apartamos de la puerta y entra o sale nuevo personal, estamos perdidos.