Barcelona y el turismo
Dejemos la Rambla en paz
¿No será que nos negamos a reconocer que la ciudad es un ser vivo en el que mueren tiendas, chapan bares y mutan calles y avenidas?
Ramón de España
Periodista
RAMÓN DE ESPAÑA
Cada vez que el ayuntamiento anuncia un glorioso plan para “devolver la Rambla a los barceloneses”, siento que estamos ante una de esas iniciativas imposibles que solo conducen a la melancolía. Llámenme pusilánime, pero, como barcelonés, no necesito que me devuelvan la Rambla porque sigo considerando mía la actual, aunque la frecuente mucho menos que de joven, cuando me pasaba la vida subiéndola y bajándola. Ya entonces estaba llena de chusma, en la que yo me insertaba tan tranquilo y me consideraba parte de ella, pues la gracia de ese paseo siempre ha sido ser una especie de larguísima cloaca en la que los paseantes interpretaban el papel de aguas fecales humanas. A la Rambla se bajaba a encanallarse, a beber en tugurios --clásicos o modernos, según la edad--, a quedar con el camello y a hacer el ganso lo más lejos posible de la parte respetable de la ciudad. Intuyo que debe seguir cumpliendo las mismas funciones, aunque el exceso de turistas la haya convertido en una especie de parque temático del desocupado internacional que alcanza su mayor gloria en verano, cuando se convierte en el emporio del pantalón corto, la chancleta y la camiseta imperio. Pero, como ya he dicho, la chusma estaba allí antes de que llegara el turismo. Lo único que ha pasado es que la chusma, como todo en esta vida, se reinventa y evoluciona, y desde los Juegos Olímpicos las aguas fecales locales hemos sido sustituidas por las foráneas. Normal, por otra parte: ¿dónde queremos que paseen los pobres extranjeros, si no es por el bulevar más grande y más céntrico que tenemos?
EPICENTRO DE LA VIDA CANALLA
Los partidarios de “devolver la Rambla a los barceloneses” hablan de una Rambla que yo no he conocido jamás y que tal vez existió cuando inauguraron el Liceu, aunque ya entonces era el epicentro de la vida canalla de la ciudad, a donde se trasladaban de noche los señoritos calavera para no abochornar a sus ebúrneas familias. Yo siempre he conocido la Rambla como el sindiós que es en la actualidad, pero en versión doméstica, lógica en una época en la que a Barcelona no venía nadie y los locales, sobre todo en verano, disponíamos de toda la ciudad para nosotros solos.
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Pero eso terminó cuando Barcelona se puso de moda porque hacía buen tiempo, se comía bien, tenía playa para aburrir y te podías cocer a precios más razonables que los de París o Londres, dos sitios en los que siempre llueve y hace un frío del carajo. ¿Que los turistas agobian? Probablemente, pero también se dejan una pasta gansa en una ciudad que no se distingue por el progreso tecnológico o las propuestas de vanguardia y en la que todos, más o menos, ejercemos de camarero. ¿Nos gustaría un turismo más fino y elegante y menos ruidoso? Seguro que sí, pero lo que nos llega es lo que hay, y el hecho de que acaben todos en la Rambla no debería sorprendernos ni escandalizarnos. Personalmente, me escandaliza más la falta de una política cultural sólida e inventiva por parte de ese ayuntamiento empeñado en devolverme una Rambla que yo no he pedido que me devuelvan.
SUCUMBIR A LA NOSTALGIA
Tampoco soporto la nostalgia de quienes recuerdan su propia Rambla, ya sea la de la posguerra como la de la Transición. Las calles no se están quietas, no se quedan metidas en un bloque de metacrilato como esos insectos que se venden por fascículos en los pocos quioscos que van quedando en la ciudad. ¿Cómo piensan devolvernos la Rambla? ¿Situando una especie de checkpoint Charlie en Canaletescheckpoint Charlie y decidiendo quién accede al paseo y quién no? ¿No será que nos puede la nostalgia, que todos atesoramos recuerdos felices de la Rambla que se borran en cuanto entramos en contacto con la borregada de la camiseta imperio, el pantalón corto y la chancleta? ¿No será que nos negamos a reconocer que la ciudad es un ser vivo en el que mueren tiendas, chapan bares y mutan calles y avenidas? Uno nota que se está haciendo viejo cuando empieza a no reconocer su propia ciudad y se refugia en los recuerdos que tiene de ella. Por eso creo que un ayuntamiento aparentemente juvenil y renovador debería dedicarse a otras cosas que fuesen más allá del rancio concepto de “devolver la Rambla a los barceloneses”.
CAN PIXA
Propongo dejar la Rambla en paz. Que sea lo que quiera o lo que pueda. Preguntémonos, en todo caso, qué hemos hecho mal para atraer a tanto turista chungo, de esos que gritan en mitad de la noche sin motivo alguno, simplemente porque alguien, probablemente nosotros mismos, les ha dicho que Barcelona es Can Pixa.
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