Tras la 'diada' de los libros

No dejemos de nadar

Cada vez hay más escritores de verdad que desertan de Sant Jordi ante las dimensiones del circo

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CARE SANTOS

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La 'diada' de Sant Jordi es un día festivo hermosísimo, que deja boquiabierto a los foráneos por su proporción y su espíritu, pero también es una jornada que desasosiega a los auténticos escritores, porque hace que se sientan cuestionados, menospreciados, amenazados. En Sant Jordi hay que armarse de paciencia y estar dispuesto a aceptar cualquier cosa. Puede ocurrir lo inaudito. Te puede tocar firmar al lado de un señor vestido de conejo rosa, por ejemplo, o de un ratón famoso con el que los padres histéricos quieren retratar a sus hijos, o del mismísimo Ramon Llull temeroso de que un aguacero impertinente le despegue las barbas, o de un político necesitado de votos que ha salido a recabar sonrisas o --peor-- de un famosillo de tres al cuarto que se sube a la mesa y enseña el culo a los presentes --que lo celebran con lamentable alborozo--. Lo cual me lleva a sospechar que alguien que tiende a comportarse como un simio en la civilizada fiesta de Sant Jordi no debe de ser muy capaz de escribir un libro.

GATO POR LIEBRE EN CUALQUIER ESQUINA

Pero hay más. También te puede tocar compartir firma con una actriz que interpreta en una serie el papel de una escritora y que firma a centenares una ¿novela? que tiene en la cubierta no su nombre, sino el de su personaje, y que no ha escrito ella, claro, sino los guionistas de la serie en cuestión. Firma con su nombre en la ficción televisiva. Ergo: ¿quién, qué y por qué firma? Conste que este caso no es de este año, sino de hace unos cuantos, pero igualmente verídico. En Sant Jordi se da gato por liebre en cualquier esquina. A veces el engaño es el libro. En otras, también el autor. No es raro que los auténticos escritores, ante las dimensiones del circo, se desasosieguen, se depriman y poco a poco vayan agotando la paciencia. Por eso cada vez hay más escritores de verdad que desertan de semejantes despropósitos. Incluso alguno lo anuncia públicamente, como mi muy admirado Andreu Martín, en las páginas de este mismo diario.

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Los escritores, aquellos que lo somos todo el año, no podemos evitar la tristeza al contemplar el espectáculo de este famoseo a menudo lamentable que toma la calle en Sant Jordi y que encuentra el apoyo de las masas no porque son escritores sino porque son famosos. Hay muchas voces veteranas que ya se han cansado de quejarse y han buscado alternativas. Hay quien convoca a sus lectores en un banco callejero. Otros abren las puertas de su casa a sus selectos y encantados lectores. Otros visitan librerías de ciudades pequeñas, siempre más agradecidas. Algunos, sencillamente, se niegan a firmar. Son los desertortes de Sant Jordi, gente sabia, como Andreu Martín. No puedo decir que no les entienda. Les puedo asegurar que es muy duro pasarse hora tras hora de caseta en caseta para firmar nada o casi nada, mientras a tu lado un ratón o un conejo rosa tiene colas interminables. Hasta no hace tanto, mi Sant Jordi era el de uno de esos escritores resignados y pacientes que sabe que para aguantar el circo de ese gran día conviene tener la piel muy dura. De pronto, mi suerte cambió sin salir en la tele, protagonizar un escándalo ni enseñar el culo (aunque hay quien me encuentra sospechosa de otras cosas). Les aseguro que aún no me lo creo y que todos los días doy gracias a Santa Teresa de Ávila, patrona de los de mi gremio.

PAU DONÉS PRESUME DE NO LEER

Después están las cosas que pasan el día después de Sant Jordi, no menos desasosegantes. La peor, las listas. Las hay provisionales y definitivas, como si fueran importantes. En realidad, las listas solo abarcan el 5% del total de los libros vendidos, pero año tras año hay listas, contralistas, cabreos por las listas y enojo general (de viva voz y por escrito). Lo cual me lleva a pensar en cuántos celebrarían que no se publicaran y qué pocos lo lamentarían.

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Aunque lo más fascinante que ocurrió en el post-Sant Jordi de este año fue que el autor más vendido de no ficción en castellano, Pau Donés, dijera tan contento que nunca ha leído un libro. No me digan que no es estupendo. Un señor que se ha hartado de firmar libros en el día del libro se confiesa analfabeto funcional. Lo dijo en una entrevista con Mònica Terribas en Catalunya Ràdio. Añadió que a sus amigos les pide que no le regalen libros porque no va a leerlos.

TRES PETICIONES

Voy a formular tres humildes peticiones. La primera, para los editores: por favor, cuando encarguéis un libro a un famoso, adoctrinadlo antes sobre lo que debe decir. El segundo, para los colegas, mis queridos escritores auténticos, a los que necesito seguir leyendo y encontrando el día de Sant Jordi (como por ejemplo, a Andreu Martín): dice Haruki Murakami en su último libro que los escritores somos como ese pez que muere ahogado si deja de nadar un solo segundo. Así pues, os pido por favor que sigáis nadando. Sin vosotros el Sant Jordi se nos llenará de conejos, ratones y señores con barbas falsas. La tercera es para los lectores: por favor, pensad qué es un libro antes de comprar uno. Luego, haced lo que os dé la gana.